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Mons. José Guerra Campos - SACERDOTES, MINISTROS DE JESUCRISTO - Volumen 2


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PRESENTACION

Al presentar esta recopilación de escritos y predicaciones en torno al sacerdocio del insigne obispo de Cuenca, Mons. José Guerra Campos, estamos ofreciendo a la Iglesia y al mundo, una reflexión profunda y autorizada sobre el ministerio pastoral de los obispos y presbíteros, en el incomparable marco de este años sacerdotal que el Papa Benedicto XVI ha querido convocar con motivo del 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars.

Pero además, como era habitual en sus extensas predicaciones, su profunda sabiduría hacía que, la exposición ordenada de una teología completa del orden sagrado y de unos consejos sapientísimos y oportunísimos a los ordenandos, estuviera acompañada y condimentada con hondas glosas litúrgicas en tomo al Adviento, la Navidad, las celebraciones dedicadas a la Santísima Virgen, según el caso, con precisas explicaciones de las oraciones y rúbricas del rito del orden sacerdotal.

Tampoco desaprovechaba ocasión para alertar a los oyentes: sacerdotes, personas consagradas, seminaristas y laicos, sobre las consecuencias lamentables de la crisis interna de la Iglesia que conducía a los fieles a la desorientación y a algunos pastores, sacerdotes y obispos, a asumir posturas ambiguas o incluso claramente contrarias a la enseñanza y tradición de la Iglesia. Del mismo modo desvelaba las tendencias del pensamiento moderno que más afectaban a la vivencia de la fe en medio del mundo y describía con una asombrosa perspicacia los signos de los tiempos.

Las distintas predicaciones y otros escritos están ordenados cronológicamente con el fin de observar la evolución en el tiempo del pensamiento de don José sobre el sacerdocio, y divididos en torno a tres grandes fases. Una primera abarca la vida sacerdotal del famoso obispo desde su ordenación sacerdotal hasta el momento en que es elegido obispo de Cuenca, en 1973. Fue, digamos, su juventud sacerdotal, repleta de ilusión y de profundidad de vida entregada al servicio de la Iglesia. En un momento brillante de la vida eclesial a nivel universal y también ya en los primeros años de la crisis tremenda que se desató, a modo de huracán desolador, inmediatamente después del Concilio Vaticano II.

La segunda parte comprende los años centrales de la vida de don José como obispo de Cuenca, desde que asume el mando pastoral de la diócesis hasta sus bodas de plata episcopales, en 1989, que constituyen el zenit de la vida de este magnífico pastor, el apogeo de su ministerio.

Por último, la tercera parte está formada por los años de madurez, desde sus bodas de plata episcopales hasta su retiro de la diócesis de Cuenca, que tuvo lugar en 1996. El pastor contempla con la experiencia y la sabiduría de los años y, sobre todo, de la mística experiencia de Dios, la esencia del sacerdocio y su misión en el mundo necesitado y sediento de Dios, alentando contra las desviaciones en la teología del sacerdocio y en la praxis común entre el clero, reforzando las convicciones sólidamente repetidas por el concilio y la enseñanza de los Papas, proponiendo la grandeza del ser y de la misión sacerdotal, a la vez que las integra con el resto del pueblo de Dios en armonía magnífica.

La primera impresión que ofrece la lectura reposada del libro es una magnífica continuidad en el tiempo de sus convicciones sobre el presbiterado. No son sus ideas, es la doctrina pura y completa de la Iglesia sobre el sacerdocio. Pero a la vez esta enseñanza está profundizada, vivida hondamente, hecha sustancia propia en su existencia por don José.

Si algo podemos subrayar en el contenido de las reflexiones de don José Guerra Campos sobre el sacerdocio sería su cristocentrismo. Cristo es el Único y Eterno Sacerdote y, por tanto, Él es el protagonista del ministerio pastoral. El presbítero que participa del único sacerdocio de Cristo, debe vivir para Cristo y dar a Cristo siempre y en todo. Darse a sí mismo sin dar a Cristo sería una traición imperdonable.

Otro de los imperativos que ofrece a los nuevos sacerdotes es la fidelidad a la Iglesia y al Papa, que forma parte de toda iglesia particular como nos enseñó el concilio. Esta fidelidad es mucho más urgente cuanto más se contradice, fuera y dentro de la misma Iglesia, la doctrina del magisterio.

No podemos dejar de mencionar en esta presentación, la profundidad de la presencia de María en los discursos y homilías sobre el sacerdocio. La Santísima Virgen es la Madre del único y sumo sacerdote y, por ello, es también madre por un título especial de los presbíteros, llamados a ser sacramento de Cristo.

Hemos querido ofrecer como prólogo, las palabras de otro gran pastor de la Iglesia española de felicísima memoria: el cardenal Marcelo González Martín. La disertación corresponde a la oración fúnebre hecha en la catedral de Cuenca con motivo del entierro de don José. Sus palabras, llenas de un afecto entrañable no disimulado, nos revelan algo sumamente importante: la coherencia de vida de don José Guerra Campos.

Todo el libro refleja la firmeza de sus criterios que no navegaban a merced de los vientos que soplaran dentro o fuera del ámbito eclesial, sino que se mantenían firmemente asentados en la tradición, siempre antigua y siempre nueva, de la Santa Iglesia. Pero es que además vivió lo que predicaba sin titubeos, en medio de la incomprensión, de la persecución y hasta de la calumnia. Acompañó con el ejemplo lo que aconsejaba a los pastores de su diócesis. Nunca se vendió a las presiones exteriores, ni buscó el aplauso, ni dentro ni fuera de la Iglesia. Con una humildad patente se apartaba de toda pretensión o interés personal. Lo que le preocupaba era ser fiel a lo que Cristo y la Iglesia le pedían como sacerdote y obispo.

Como reconoce el Cardenal Primado, el tiempo le dio la razón. En ese sentido fue un verdadero profeta, pues actuó como el que se deja guiar por lo que el Espíritu le sugiere y no por las modas o tendencias cambiantes del mundo. Denunció los peligros inherentes a los caminos que en lo político, lo social y lo religioso estaba tomando España, con la anuencia o complicidad de ciertos sectores eclesiásticos, los cuales le acusaron de equivocado, o al menos de exagerado o inoportuno. Esto contribuyó a que se formara una imagen de Guerra Campos como de una persona intransigente y dura. Los que lo conocimos sabemos que en su palabra era firme como espada de acero, pero en el trato con las personas era sumamente respetuoso. Lo que quiere decir que era implacable con lo que consideraba un error o una ofensa al evangelio y, en cambio, estaba lleno de una fina caridad hacia las personas.

Todo ello nos da la confianza de estar ofreciendo a los pastores del siglo XXI, no sólo una doctrina sólida y sie1npre vigente sobre lo que debe ser un sacerdote o un obispo, sino el ejemplo de una vida de una estatura espiritual poco común. Esto queda patente si comparamos las palabras con las que inicia su episcopado en la ciudad de Cuenca, las que pronuncia en sus bodas de plata episcopales y las palabras con las que se despide, tras su renuncia por haber alcanzado la edad canónica correspondiente. Difícilmente puede caber mayor coherencia. Mientras recordaba con emoción las metas que se sabía propuesto al comenzar su episcopado, era evidente para los que le escuchaban que no se había apartado un ápice de ellas.

Hemos considerado oportuno conservar íntegra la homilía de don José en la toma de posesión de la diócesis conquense. Ciertamente, no sólo habla en ella del sacerdocio, sino de los distintos estados de vida en la Iglesia e incluso de las autoridades civiles, pero a través de todo ello nos muestra un claro ejemplo y modelo de lo que debe ser un obispo en su relación con los distintos estamentos del pueblo de Dios y con el mundo que le rodea, lo que resulta de una oportunidad palpitante en el confusionismo actual.

El empeño de don José Guerra Campos, celoso pastor, por apartar sus ovejas de los peligros, por sanarlas de las heridas y conducirlas por el camino estrecho que conduce a la vida, hace que se repitan ciertos temas. Por otra parte, es comprensible que, al coincidir el motivo de la celebración (las ordenaciones diaconales o presbiterales) y con frecuencia el tiempo litúrgico, se vuelvan a tocar algunos puntos esenciales. Sin embargo, los matices diversos de cada predicación pueden ser clarificadores, por lo que no estimamos estéril esta repetición.

Deseamos que esta publicación, con otras que han precedido y puedan añadirse, contribuya a dar a conocer a la que es, sin lugar a dudas, una de las mentes más santas y esclarecidas de la Iglesia española del siglo XX. Del mismo modo, confiamos en que pueda servir para sanar y reparar el trato injusto que, en algunos momentos, sufrió durante su vida don José Guerra Campos, del que da fe, con sentida sinceridad, el Cardenal González Martín en el discurso que sigue a continuación.

Hemos procurado ser totalmente fieles a la literalidad de las palabras pronunciadas por Mons. Guerra Campos. A pesar de ser discursos orales que el pastor pronunciaba sin papel alguno, es tal el orden de las ideas y la pulcritud del lenguaje, que apenas ha sido necesario eliminar unos pocos giros propios del lenguaje hablado y que no se avienen con una publicación escrita. Sólo en algunos casos, principalmente por defectos de la grabación que hemos utilizado como fuente, hemos tenido que suprimir alguna frase incompleta o sustituir o adivinar una palabra inaudible. Por lo demás estamos seguros de presentar con exactitud el pensamiento del prelado.

Roberto Visier Cabezudo, Pbro.

Instituto Secular Servi Trinitatis

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