La ratafía es una bebida casi ancestral, fruto del encanto del territorio y de la naturaleza que nos rodea. Un licor que mezcla una variedad de plantas, flores, y especies con alcohol (aguardiente, anís u otros). Una especie de jarabe con un sabor dulce y con un toque amargo debido a la nuez verde. Una receta que se ha transmitido de generación en generación, formando parte del patrimonio familiar y del entorno de cada casa. Una creencia popular que les hacía pensar que era un elixir milagroso. Sus orígenes El origen de la Ratafía se remonta en Italia, concretamente en la región del Piamonte datado en un documento de 1600 encontrado en el Monasterio de Santa María Della Salla. De hecho, el licor lo empezaron a producir los monjes con finalidad medicinales. Más tarde, el pueblo replicó lo que se hacía en los monasterios por su propio cultivo. En Cataluña la fórmula registrada más antigua es de 1842 en Santa Coloma de Farners (La Selva, Girona), obra de Francisco Rosquellas. En esta misma población se celebra, desde ese año, la Feria de la Ratafía, que se suele realizar el segundo fin de semana de noviembre, conmemorando la fiesta mayor del licor y abriendo paso a la nueva temporada. En aquella época, eran principalmente las mujeres que recolectaban las plantas aromáticas y elaboraban el licor. Esto era así porque era de las pocas bebidas que podían tomar debido a que unos de sus usos medicinales era calmar los dolores menstruales. Un ejemplo fue Anna Peroliu, que, a finales del siglo XIX, hizo popular su Ratafía en el pueblo de Sant Quirze de Besora. Más tarde, su yerno Faustino Bosch lo comercializó. Alrededor de su nombre hay 2 leyendas que hacen enmienda a su origen. La primera, proviene del latín "pax (o nada) rafa fiat", que significa "queda firmado", expresión que se utilizaba ante notario al firmar un documento o pacto para pasar al "brindis". El otro viene de los indígenas de las Antillas francesas cuando se quería llamar el ron hecho con aguardiente como "tafia"