FRANCISCO PACHECO
"SANTA CATALINA DE SIENA".
C. 1620.
1564 / 1644.
ÓLEO SOBRE TABLA.
54 X 50,5 CM.
Se adjunta informe de Enrique Valdivieso González, expedido en Sevilla a 13 de Septiembre de 2021.
Esta magnífica tabla representando a Santa Catalina de Siena es un excelente ejemplo de la producción de Francisco Pacheco. La asignación al maestro sevillano está fundamentada en la total coincidencia de composición, dibujo y colorido con otras obras de este artista y, especialmente, con otra Santa Catalina que pertenece a una colección particular de Madrid (E. Valdivieso, Pintura Barroca Sevillana, 2003, p. 124, lám. 114). Del mismo modo, este mismo modelo de santa con gesto de arrobo místico, también lo encontramos prácticamente idéntico en la Santa Catalina y la Santa Inés del Museo Nacional del Prado, que antaño formaron parte del retablo de doña Francisca de León en la iglesia del convento sevillano del Santo Ángel. La santa aparece en esta obra con sus habituales símbolos iconográficos como la corona de espinas que lleva sobre su cabeza y los elementos que sostiene en sus manos que son, en la izquierda un corazón del que surge un crucifijo, testigo de la enorme devoción y amor que sentía por la persona de Cristo y en la derecha un ramo de azucenas que simboliza su pureza virginal. El dominio del dibujo y el cromatismo son habituales en su producción: la figura de la santa aparece perfectamente recortada sobre un fondo gris verdoso en el que destacan los colores blanco y negro del hábito dominico. La belleza de la pintura, su estado de conservación y la escasez en el comercio de obras del pintor la convierten en una pieza relevante para el coleccionismo.
Pacheco, Francisco (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1564-Sevilla, 1644).
Pintor y teórico español. La labor teórica que llegó a realizar demuestra la riqueza del medio y la singularidad de las personalidades que tuvo la oportunidad de conocer, reflejo de los intereses del pensamiento artístico de toda una época. Pacheco tuvo como maestro a un desconocido Luis Fernández entre 1580 y 1585, y su formación se desarrolló dentro de la corriente manierista que, procedente de Italia y Flandes, imperó en Sevilla a lo largo del último tercio del siglo XVI. Contó con la protección de su tío, canónigo y personalidad destacada en el ambiente culto de la ciudad hispalense, quien sin duda le proporcionó una cuidada formación humanística. Esta educación le permitió sobresalir entre sus colegas pintores y mantener vivos unos intereses culturales que, además de plasmarse en poemas, lo fueron en su Arte de la pintura, publicado póstumamente en 1649. Esta obra -junto a los Diálogos de la pintura, de Vicente Carducho (1633)- se convirtió en la más importante codificación teórica de la tratadística española del siglo XVII, recogiendo la tradición cultural anterior de aprecio de la pintura como arte liberal e incidiendo en la necesaria formación intelectual del pintor. Para Pacheco, la base principal de la pintura debía estar en el dibujo, con lo que recogía las teorías de raíz florentina, para extenderse posteriormente en los aspectos doctrinales e iconográficos que habían sido sancionados por el Concilio de Trento. Su pintura, de factura seca y lisa -casi siempre deudora de las estampas sobre todo flamencas que acudían por miles a la Sevilla contemporánea-, se suavizó un tanto después de su viaje a Madrid, El Escorial y Toledo, en 1611. El conocimiento de las colecciones reales y la pintura del Greco hubieron de influir en la mejoría del tratamiento del colorido y el modelado de sus obras, permitiendo su preponderancia en la Sevilla de la época hasta poco antes de 1630. Fue en esas fechas cuando el arte de Pacheco entró en franca decadencia al no poder competir con los nuevos pintores que dominaron la escena sevillana, como Zurbarán o Herrera el Viejo, artistas pertenecientes a una generación más joven y que portaban unas ideas pictóricas renovadoras, más atractivas que las que Pacheco venía practicando. Éste, sin embargo, debe ser apreciado en otra importantísima faceta: su labor didáctica como maestro de algunos de los más reconocidos artistas españoles, Alonso Cano y Velázquez. Fue con el sevillano con quien tuvo una relación singular, percibiendo la genialidad del joven aprendiz y enfocando su carrera hacia los más altos logros. Las cuatro tablas pintadas al óleo que conserva el Museo del Prado formaban parte del retablo de doña Francisca de León en la iglesia del convento sevillano del Santo Ángel, que el pintor contrató en 1605, e ingresaron en el Museo en 1829 al ser cedidas por el deán López Cepero, que las había adquirido en 1804.