Horacio Butler nace en Buenos Aires el 28 de agosto de 1897. Estudia en la Academia de Bellas Artes en la que ingresa en 1915 y donde conoce a muchos de sus pintores colegas. En esta época la corriente que reina en Buenos Aires es la del impresionismo. Sin embargo, Butler no lo acepta y sigue por su cuenta el camino de la pintura plana. En 1922 viaja a Europa, precisamente a Alemania, donde afianza sus conocimientos sobre pintura. Allí conoce una nueva corriente, la del expresionismo, con la que establece cierta distancia, como lo había hecho con el impresionismo. Más tarde viaja a Francia, cuando la Escuela de París se encontraba en sus mejores momentos. Allí es atraído por las corrientes del fauvismo y el cubismo. A pesar de la influencia de una gran cantidad de corrientes artísticas, podemos decir que lo abstracto y lo figurativo son dos constantes en sus obras. Butler toma las técnicas del arte europeo para luego traducirlas al lenguaje argentino. En sus obras no falta el paisaje, la tierra y el hombre como su protagonista. Ya hacia 1940 se inicia una nueva etapa en la trayectoria del pintor. Butler empieza a representar los paisajes del Tigre, sus islas, ríos, las casonas y la intimidad familiar. Vuelve a sus vivencias de la infancia y a sus lugares queridos. Este hecho puede explicarse como un reencuentro del pintor consigo mismo y con el país. Este libro, de laserie Monografías de Arte Americano, a cargo de E. González Lanuza, nos ofrece una semblanza de la visión artística de Butler, a la vez que nos invita a repasar sus obras a través de imágenes de sus cuadros. Editorial Losada, 1941, con ilustraciones blanco y negro. Eduardo González Lanuza nació en Santander (España), en 1900, pero vive en la Argentina desde 1909. Aquí se graduó de químico y escribió sus libros. Fue uno de los animadores del movimiento ultraísta, que Jorge Luis Borges trajo de España, y con él, y varios jóvenes más, fundó "Prisma" y la primera "Proa" y colaboró en la famosa revista "Martín Fierro". Luego de sus obras ultraístas -Prismas, poemas, 1924; Aquelarre, narraciones, 1927; y Treinta i tantos poemas, 1932-; La degollación de los inocentes (1938) señala su adhesión a la tradición poética clásica, y en esa línea sigue con Transitable cristal (1943) y Oda a la alegría y otros poemas (1949), uno de sus libros mejores, a los que se suman nuevos poemas, ensayos y teatro.