En Baza de Espadas, última parte de la trilogía El Ruedo Ibérico y cuya acción se desarrolla en el verano de 1868, plantea don Ramón del Valle-Inclán el contraste entre la "Reina de los tristes destinos" y el movimiento revolucionario "que significa la protesta de todo un pueblo que exige buenos ejemplos en las alturas". Frente a los "terrores y liviandades" de la Corte y sus camarillas se alza la figura de Salvochea, "un santo laico", de "los santos que canoniza el pueblo soberano". A lo largo de la obra se van combinando datos históricos e imaginarios. En todo brilla el arte de Valle-Inclán, que pone en pie sobre la escena un cuadro de enorme plasticidad en el que pululan personajes deformes y esperpénticos.