Lote autores chilenos (Isabel Allende, Jorge Edwards) / Biblioteca de El Sol, 79 y 117 - 1991

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Condition of the lot: Normal (with signs of use)

GÉNERO: Relato corto || LIBROS: Niña perversa | El regalo || AUTORES: Isabel Allende | Jorge Edwards || EDITOR: CECISA - Compañía Europea de Comunicación e Información, S.A. (Madrid, España) || COLECCIÓN: Biblioteca de El Sol || NÚMEROS: 79 Y 117 || CUBIERTA: Rodrigo Sánchez, sobre dibujo de Carmen Cano || FORMATO: Económico (tapa flexible), 192 (96 + 96) pp., 18,5 x 13,5 cm

Selecta colección de relatos de dos de los más destacados escritores chilenos, Isabel Allende y Jorge Edwards, vinculados ambos a la figura de Salvador Allende, quien fuera presidente de Chile entre 1970 y 1973, pues Jorge Edwards fue el primer embajador de su gobierno ante Fidel Castro en Cuba, e Isabel Allende fue su sobrina y su último familiar en aventurarse al éxodo tras el golpe de Estado liderado por el general Augusto Pinochet.

Ambos autores tienen también gran vinculación con España, Jorge Edwards Valdés por su ascendencia gallega por parte materna, por residencia y por ciudadanía española desde 2010, e Isabel Angélica Allende Llona por su ascendencia vasca por parte paterna e hispano-portuguesa por parte materna.

En el aspecto literario, Jorge Edwards es autor de numerosas novelas, cuentos y ensayos. Su obra se considera lejana a la habitual literatura chilena, ya que se centra en lo urbano del país y se distancia del tema ruralista. Además, en Chile se le asocia con la Generación Literaria de 1950.

En cuanto a la periodista y narradora incansable Isabel Allende, recibió en Chile (en medio de polémicas) el Premio Nacional de Literatura en 2010. Fuertemente cuestionada por la crítica, pero dueña, según algunos, de la «escritura chilena más universal», es reconocida mundialmente por su obra narrativa, que ha sido traducida a más de treinta idiomas y ha vendido millones de copias en todo el mundo, siendo la autora viva más leída en español. En su obra aborda temáticas relativas a la mujer, la memoria, el imaginario latinoamericano y su propia biografía. En 2020 recibió el Premio Liber a la mejor autora hispanoamericana, galardón con el que los editores españoles reconocían la «dilatada trayectoria literaria» de la escritora chilena y su «esfuerzo por llegar a lectores de todo el mundo y de todas las edades».

CONTENIDO

ISABEL ALLENDE: «NIÑA PERVERSA»
Biblioteca de El Sol, 79

Selección de cuatro de los mejores Cuentos de Eva Luna (1989), libro que relata historias que escribe Eva, la protagonista de la novela Eva Luna, ya que ella tenía facilidad para contar cuentos. Es recomendable leer primero la novela, porque de esta forma se podrán comprobar lugares y personajes mencionados en ella, y se podrá deducir en qué momento y por qué fueron escritos por su autora de ficción Eva Luna.

De algunos de estos cuentos se han hecho adaptaciones de teatro, de radio y televisión; también han servido de base a algunas óperas.

Sumario:

  • Niña perversa.
  • Clarisa.
  • Un discreto milagro.
  • El palacio imaginado.

Niña perversa

Elena Mejías era una niña desnutrida y sin brillo, que había aprendido a desdibujarse entre los rincones y muebles de la pensión de su madre. Constituía un ser casi fantasmal, en el que los clientes de la pensión no se fijaban, sino únicamente cuando era necesario solicitar algún servicio de la pensión.

La madre de Elena era una viuda aún joven que sin embargo comenzaba a doblegarse y secarse bajo la presión del trabajo que le daba mantener al día su pensión.

Tanto el rigor de la madre a la hora de admitir clientes como la aparente insensibilidad de Elena, estaban a punto de cambiar drásticamente de rumbo. Todo comenzó con la llegada de Juan José Bernal, quien gustaba de llamarse a sí mismo «El Ruiseñor». Sin que Elena pudiera entender qué pasaba, su madre desde el principio se volvió toda sonrisa ante ese desconocido hombre, que llevaba consigo un afiche que lo anunciaba como un artista, el cual nadie parecía conocer. Contra todo pronóstico, su madre aceptó con todo gusto a un huésped que no se ajustaba para nada al perfil solicitado a todo aquel que se acercaba a la pensión.

Sin anotar comentarios, la madre aceptó a un hombre que indicó que cantaba de noche, dormía de día, era vegetariano, tomaba dos duchas y no tenía dinero para pagarle el mes adelantado. Elena vio cómo su madre condujo al nuevo huésped a su nuevo cuarto, en el cual este colgó su afiche. La llegada del nuevo huésped de inmediato comenzó a afectar la rutina de la casa, había más trabajo, pues había que cocinarle la comida de conejo que comía, llamaba por teléfono constantemente, usaba el baño por horas y planchaba a cada rato, sin que todo esto pareciera molestar a la madre de Elena, quien, con el tiempo, también pareció cambiar de rutina, poniéndose perfume y coloreándose la boca, entre otras actitudes que levantaron los comentarios de los demás huéspedes.

Estos cambios fueron percibidos por Elena, a quien el trabajo de espía la había hecho bastante observadora. Ante ellos, Elena respondió con odio. Odiaba a Juan José Bernal y no podía entender lo que su madre le veía. No obstante, un día caluroso, el Ruiseñor decidió sacar su guitarra y ponerse a tocar en el patio, música que empezó a llamar la atención de los huéspedes. Sin que la dueña de la pensión pareciera molestarse, sus huéspedes organizaron una pequeña fiesta en la que ella participó. El sonido de esas notas y la voz del Ruiseñor, entrarían en la mente de Elena para no irse.

Después de eso, Elena vio a Juan José Bernal de otra forma. Comenzó a pensar en él, hasta que se le convirtió en una obsesión. Sin embargo, la observación silenciosa a la que se dedicaba ahora para aprender todo sobre este hombre que la hacía temblar como si tuviese fiebre, la llevó también a descubrir que entre el Ruiseñor y su madre había algo. Decidida a tenderse bajo él con los mismos gestos que había visto en su madre el día que los vio haciendo el amor, Elena consiguió librarse de la escuela e ir a la casa cuando solo estaba en ella una huésped y Juan José Bernal.

Como había pensado varias veces, Elena se desnudó y se metió en la cama del Ruiseñor, quien al verla la rechazó, la lanzó al piso y le gritó que era una niña perversa. El acto le valió a Elena ser enviada a un orfanato. Por su parte, el Ruiseñor y su madre se casaron.

Durante los próximos años, Juan José Bernal no podría sacar de su mente la imagen de ese cuerpo infantil y liviano. Comenzó a rondar por los colegios, mientras evitaba si quiera mencionar el nombre de su hijastra.

Ya con 26 años, la hijastra regresó por primera vez a casa de su madre, para presentar a su prometido…

Clarisa

En este relato se dibuja un ambiente propio del género del realismo mágico, en donde, a través de vivencias religiosas, se perfila también el aura santa de su protagonista, Clarisa, a quien se describe como una mujer generosa que dedicó su vida al servicio de los demás, adquiriendo poco a poco fama de santidad.

No obstante, este atributo no le libró de morir, como cualquier mortal, solo que cónsono con un relato propio del realismo mágico, esta muerte anticipada y conocida por todos, originará ríos de gente mandando mensajes al cielo. Hacia el final de una vida pura, también quedará en evidencia uno de los grandes secretos de esta mujer, el cual sin embargo, lejos de ser entendido como un pecado, es tomado como una forma de enderezar el péndulo divino, para que las cosas tomaran nuevamente su rumbo.

Este cuento, narrado en primera persona, y a veces a través del diálogo de sus protagonistas, cuenta la historia esta mujer, Clarisa, la cual ya se encuentra en edad anciana cuando comienza el relato. Sin embargo, la narradora se da a la tarea entonces de comentar cómo conoció a Clarisa mientras trabajaba en el servicio de la casa de La Señora, una prostituta que contrataba los servicios de esta anciana considerada como una santa para que le impusiera las manos en su cansada espalda, puesto que se creía que Clarisa contaba, entre otras cosas, con el poder de curar los males corporales…

Un discreto milagro

Relato de la historia del padre Miguel Boulton, quien queda ciego y, aun en contra de sus convicciones políticas y religiosas, es convencido por su hermana Filomena de tratarse debidamente los ojos en una clínica del Opus Dei, donde el médico admite operar a Miguel, afirmando que se necesitará un verdadero milagro. Al salir de la clínica, Filomena le indica al chófer que los lleve hasta la montaña, a pesar de las protestas de su hermano, que se niega a visitar un templo levantado a nombre de una beata criolla, llamada Juana de los Lirios, con fama de santidad y de realizar grandes milagros. En el templo, lleno de medallas, cruces, velas, flores y enfermos pidiendo, Filomena entra en oración y le pide a la santa que le devuelva la vista a su hermano.

El sacerdote recupera finalmente la vista, aceptando que los milagros existen, y hasta ayudando a que la santa que lo curó reciba su reconocimiento por parte de la Santa Sede.

En el relato se cuenta la historia de cómo el padre de Miguel Boulton llegó a Chile proveniente de Liverpool, Inglaterra. Sin profesión, emigró de su patria solo con la ambición de lograr gran fortuna, y así lo hizo, llegando a ser el dueño de una gran flotilla de barcos cargueros, que llegaron a convertirlo en un hombre muy rico al otro lado del mundo de su Inglaterra natal.

La familia Boulton trató de conservar durante generaciones su flema inglesa, hasta que la influencia de la nueva patria los había emparentado con el criollo, hecho que se evidenciaba en el nombre de los descendientes, en los que se basará esta historia: Gilberto, Miguel y Filomena, hermanos que seguirían caminos bastante diferentes…

El palacio imaginado

De acuerdo a la crítica literaria, este cuento de Allende es una historia que abarca los temas del amor, la soledad y la libertad. No obstante, estos temas universales son tratados de forma paradójica en esta historia, puesto que la autora logra exponer una relación romántica a destiempo, la cual nunca se llega a saber si realmente es amor. Así mismo, la soledad —tan temida por el común denominador— en las líneas de «El palacio imaginado» no parece ser un castigo, sino por el contrario un premio esperado, aun cuando por demás se trata de una soledad acompañada por presencias del pasado. Finalmente, la «libertad» también es un hecho a ser analizado dentro de esta historia, cuando precisamente se repara en que su protagonista logró la libertad a través de su secuestro y cautiverio.

A nivel histórico, el público de Allende se complace en poder ubicar geográfica e históricamente a algunos de los personajes reales que inspiraron la historia, pues para la mayoría resulta un hecho innegable que la escritora chilena se basó en la imagen del dictador Juan Vicente Gómez, militar y hacendado que gobernara de manera autoritaria Venezuela durante veintisiete años, desde 1908 hasta su fallecimiento en 1935, no sin antes haberle robado la presidencia a su compadre Cipriano Castro, al descubrir que el petróleo era tan rentable y con tantos «amigos».

Al parecer, Allende tomó la figura de este mandatario, reconocido históricamente como El Benemérito, y su afición por refugiarse en su casa de campo, situada en un poblado ubicado a cierta distancia de la capital que antaño había sido explorado y descrito por Henri Pittier, afamado naturalista e ingeniero de origen suizo que se maravilló por esa zona.

Pero dejando a un lado la historia venezolana y regresando sobre los pasos del cuento de Isabel Allende, basta con indicar que este se inicia con la historia de los primeros pobladores de las tierras de Quinaroa, que la escritora describe como indios mansos y pacíficos, quienes observaron con calma cómo los conquistadores españoles anunciaron con heraldos y banderas el descubrimiento de ese nuevo territorio, lo declararon propiedad de un emperador remoto, plantaron la primera cruz y lo bautizaron San Jerónimo, nombre impronunciable en la lengua de los nativos.

Aun cuando quisieron ignorarlos en un principio, el fluir de los acontecimientos, la barbarie, la opresión y la muerte los convenció de que era hora de escapar, por lo que se internaron en la selva y no volvieron a ser vistos. Según cuenta el narrador del relato, aprendieron a moverse en la noche y sin ruido, hasta convertirse en seres invisibles que solo podían ser percibidos pero no vistos. Cinco siglos después, un negro de la costa en el mismo país de este pueblo indígena que poco a poco perdió hasta su nombre, clavó un pico en el suelo para hacer un pozo y le saltó un chorro de petróleo a la cara. De esta forma, los empresarios y gobernantes criollos se enriquecieron, por lo que hacia el final de la Primera Guerra Mundial el país ganó fama de próspero, aun cuando sus pobladores todavía caminaban descalzos por el suelo.

Así mismo, esta historia habla de que en esa época, en la que el aceite que manaba de la tierra comenzó a ser considerado oro negro, el país sufría los embates de tener como presidente a un dictador, conocido como El Benefactor, que había impuesto su mandato por la fuerza. En la capital de este naciente país petrolero se veían síntomas de progreso, aun cuando la provincia estaba sumida en la pobreza, incluyendo San Jerónimo, donde sus habitantes, descendientes de sus primeros pobladores, vivían todavía en el siglo pasado cuando los sorprendió un vendaval industrial. Se trataba del ferrocarril y sus constructores italianos, quienes habían decidido construir sus rieles hasta ese paraje para poder llevar los materiales con los que levantarían un inmenso palacio de verano para el dictador.

Una vez construido, El Benefactor dio una gran fiesta a donde asistió la flor y nata de la capital. Luego de un rato regresó a su puesto, ya que no era dado a las fiestas. Sus invitados en cambio se quedaron por tres días de excesos, marchando finalmente y dejando en un total desastre las instalaciones. Desde entonces, el palacio permaneció vacío, con las escasas visitas de su dueño. Sus cuidadores permanecieron en él; sin embargo, cada vez se aislaron más en un lado del palacio, puesto que al parecer los indios volvieron, y aun cuando invisibles se podían escuchar por los rincones de aquella construcción en medio de la selva.

Un día, el gobierno de una potencia extranjera envió a un funcionario de apellido Lieberman a este país petrolero para cumplir funciones diplomáticas. Como era de esperar, el nuevo embajador debía conocer al autodenominado Presidente Vitalicio, por lo que se acordó una cena. Cuando el dictador vio a Marcia, la mujer del diplomático, se estremeció, pues según él mismo nunca había visto una mujer con tanta gracia. Y aun cuando creía que el amor era una debilidad, sintió deseos irresistibles de acercársele, a pesar de no tener el mismo ímpetu que en el pasado, cosa que lamentó profundamente.

Ella pudo darse cuenta perfectamente de las intenciones de ese anciano, que sin embargo parecía dominarla con el fuego que conservara en sus ojos. Tal vez por eso no le pareció extraño que un tiempo después el hombre apareciera en su puerta, para decirle que fuera con él. Lo más sorprendente es que ella aceptó, entregándose a una extraña aventura, guiada quizás por la lástima que ese decrépito hombre le provocaba. Su marido sin embargo sabía quién era el responsable de la desaparición de su esposa, y aun cuando quiso protestar supo que no le quedaba otra opción que regresar a su país, sin su mujer, a la que no volvería a ver jamás.

Así, sin marido de por medio, el dictador y Marcia comenzaron a acompañarse en los momentos en el que El Benefactor iba a visitarla en una de sus propiedades donde la mantenía oculta. Un día decidió llevarla a su Palacio de Verano, ubicado en el mismo sitio que indicaban los libros de cierto naturalista belga que ella había leído en su remoto país antes de viajar hasta ese rincón del mundo. Después de un viaje largo, llegaron al palacio, y Marcia sintió que había llegado a su destino, que era ahí a donde pertenecía.

Los amantes pasaron dos semanas allí, hasta una noche en que casi amanecen juntos. Asustado por semejante debilidad, el dictador se levantó y preparó viaje. No le extrañó que ella quisiera quedarse. Se comprometió con su manutención y se despidieron para verse pronto, pero los dos sabían que no volverían a encontrarse.

El dictador regresó a su puesto de mando, y Marcia empezó a hacer su vida de la forma en la que nunca había podido: en libertad.

Con los años, cuando Marcia ya vivía plena en medio de los indios invisibles que dejaban rastros por toda la casa, se enteró de la muerte del dictador. Pensó en volver al mundo, pero ya no quería. Decidió quedarse.

Unos años después, cuando la democracia ya gozaba de buena salud en el país, alguien propuso la idea de volver al Palacio de Verano del dictador para convertirlo en una universidad de artes. Por mucho que buscaron el palacio, no lo encontraron.

El cuento concluye refiriendo la leyenda de los habitantes y visitantes de San Jerónimo, quienes afirman que después de una gran tormenta se puede ver por instante un palacio blanco, el cual parece flotar en el aire como si se tratara de un espejismo.


JORGE EDWARDS: «EL REGALO»
Biblioteca de El Sol, 117

El cuento que da título a este volumen, «El regalo», junto con «El señor», forman parte del libro de cuentos publicado en 1952 bajo el título de El patio, primera obra de Jorge Edwards. En estos cuentos de juventud ya se advierten los méritos que harán del escritor chileno un gran narrador. Son cuentos en torno a personajes adolescentes. Cuentos no solamente breves sino además fragmentarios, casi desprovistos de argumento narrativo, aparentemente meros esbozos, apuntes leves, anécdotas mínimas. Con ello se iniciaría una carrera literaria que luego se ha demostrado ejemplar no solo por su perseverancia y productividad sino también por su coherencia y unidad, asegurándole a Jorge Edwards un lugar de privilegio, junto a José Donoso y Antonio Skármeta, entre los mejores narradores chilenos.

A pesar de ser historias o anécdotas aparentemente tan cotidianas como inofensivas, algo subliminal e inquietante debe subyacer en sus inocentes argumentos cuando la fina sensibilidad de egregias personalidades del mundo literario chileno, como Hernán Díaz Arrieta, más conocido como Alone (considerado el más influyente crítico literario chileno), quedaron después de su lectura llenos de perplejidad, «no sin admiración y a ratos con entusiasmo», y, en otros casos, como en el de la eminente poetisa Gabriela Mistral, «dolorosa y disgustada», al hallar la obra pesimista, triste, con un poso amargo y un concepto desolador de la naturaleza humana. 

El joven autor (veinte años tenía por entonces Jorge Edwards) puede parecer, a primera vista, tímido, inseguro, falto de experiencias interesantes. La lectura atenta de estos cuentos le revela, más bien, como un autor disciplinado que escribe con una precoz conciencia literaria, una aguda sensibilidad hacia el detalle y una indudable voluntad de estilo.

En el trayecto, estos cuentos superficialmente inofensivos dejan caer algunas semillas críticas que nos obligan, en cuanto a lectores, a cuestionar a la sociedad en cuyo seno se desarrollan estas historias. Así, por debajo de la limpia superficie, que con pulcro lenguaje y sobrio estilo, con naturalidad, sencillez y economía, describe Edwards, puede detectarse un mundo mucho menos firme de lo que aparenta ser. Un mundo, cuyos pilares que lo sustentan —tradición, familia, religión, sociedad— están siendo poco a poco y subterráneamente corroídos.

Las líneas de la literatura posterior de Edwards se esbozan en estos relatos primerizos. Una literatura que, a pesar de los muchos momentos de humor que la permean, puede dejar un sabor amargo. Es un autor que no idealiza al ser humano. Lo muestra más bien con aguda y certera frialdad —aunque también con cierta afectuosa complicidad—, como la creatura llena de limitaciones que desgraciadamente somos.

Ninguno de estos cuentos primerizos se ofrece como una experiencia personal del autor, pero el lector puede imaginar que todos ellos lo son en cierta medida.

Sí es un relato claramente autobiográfico y de un Jorge Edwards en plena madurez el inédito que abre el volumen, «Mi nombre es Ingrid Larsen», escrito en 1988. Se trata de una crónica literaria sobre los encuentros del autor, en las vísperas del plebiscito chileno de 1988, con Ingrid Larsen, una periodista sueca, veterana de las batallas del Mayo francés del 68; un relato, ambientada en Santiago de Chile en plena época de la dictadura de Pinochet, con magistrales toques de suspense.

«Régimen para adelgazar» está tomado de Temas y variaciones (1969), antología de relatos que, tras su regreso a Chile tras haber ejercido como secretario de la Embajada de Chile en París, preparó junto al poeta Enrique Lihn.

Por último, «El fin del verano» y «A la deriva» proceden de la compilación de cuentos Gente de la ciudad (1961), tras cuyo lanzamiento, Jorge Edwards recibió el Premio Municipal de Santiago.

Sumario:
  • Mi nombre es Ingrid Larsen.
  • El regalo.
  • Régimen para adelgazar.
  • El señor.
  • El fin del verano.
  • A la deriva.

Mi nombre es Ingrid Larsen

Eran las semanas previas a la celebración del plebiscito nacional de 1988, referéndum realizado en Chile durante el Régimen Militar para decidir si Augusto Pinochet seguía o no en el poder hasta el 11 de marzo de 1997, cuando una amiga común de Buenos Aires, Natacha Méndez, recomendó a la periodista sueca entrevistar a Jorge, como «un notorio intelectual del no al Plebiscito», como «una persona bien informada, bien conectada, bastante objetiva».

Ingrid Larsen tenía previsto después viajar a las poblaciones más desamparadas, llegar hasta el meollo de las provincias, participar en encuentros clandestinos con representantes de la ultraizquierda.

Tras la celebración del plebiscito, las fuerzas especiales de la policía la habían emprendido ferozmente en el Parque O'Higgins contra los corresponsales extranjeros, con un saldo de heridos, contusos y máquinas fotográficas destrozadas.

Cuando Jorge, preocupado, logra por fin contactar con Ingrid, ésta le confiesa tener mucho miedo. Ella había ido a la población de La Victoria y había notado que un automóvil de color blanco la seguía. En el vestíbulo de hotel, al regresar, había divisado gente rara, de expresiones torvas. Al entrar en su habitación, el teléfono había sonado; al otro lado del aparato se había escuchado una respiración fuerte, unos pasos remotos sobre un suelo de tablas, música distante, y habían colgado. A los cinco minutos, sonó de nuevo, y en esta ocasión una voz respondió: «¿Viste lo que les pasó a tus colegas, sueca conchas de tu madre? ¡La próxima vez no te vas a escapar!»…

Jorge e Ingrid quedan en verse en el bar del hotel, y ésta confiesa que había venido por primera vez a Chile hacía cinco o seis años, en los inicios de los cacerolazos y de las protestas callejeras. Entonces las autoridades la habían expulsado por las bravas del país, porque había escrito en Suecia sobre las cosas que vio: sobre las poblaciones hambrientas, las cárceles, los torturados, los desaparecidos…

Su nombre completo era Louise Ingrid Gustafsson Larsen, y en la prensa de Estocolmo y en la radio de Gotemburgo firmaba sus despachos como Louise Gustafsson.

En esta ocasión había conseguido que un cónsul de su país le diera otro pasaporte, con el nombre registrado de Ingrid G. Larsen. Con ese documento semifalso logró ingresar al país sin mayores trámites, pero lo cierto es que al dirigirse a por las credenciales oficiales a las oficinas de la DINACOS (Dirección Nacional de Comunicación Social), se puso pálida cuando en la credencial que le entregaron leyó: Louise Ingrid Gustafsson Larsen…

El regalo

En este cuento, y en el resto de los recogidos en la primera obra de Jorge Edwards (El patio, 1952), aparecen enfrentados el mundo de los adolescentes y el de los adultos. Y aunque las historias no estén contadas directamente por sus protagonistas infantiles sino por un narrador de tercera persona, éste adopta la perspectiva infantil y a consecuencia de tal mirada cómplice los niños aparecen inocentes, sanos, imaginativos, curiosos, con la frescura de la primera vitalidad y la avidez de la experiencia; y los adultos, por contraste, que a medio morirse discurren sin enterarse de nada, insensibles, gastados, atentos solo a su mundo, opacos sus ojos, disonante la música de su alma. Entre los críticos que reseñaron la aparición del libro, Eleazar Huerta reconocía que los adultos en estos cuentos no son malos, «pero resultan inoportunos, absurdos, aburridos. La persona mayor irrumpe en el alma del niño como si ésta se hallara vacía, no sabe preparar una transición delicada». Empero, su negatividad surge solamente por contraste con el mundo infantil, que aparece como la edad mágica, así universalmente reconocida por la tradición literaria.

Por ejemplo, en este cuento, «El regalo», la tía que obsequia a su sobrino un libro religioso escrito en francés no advierte que al hacerlo está frustrando las expectativas que ha creado en el chico al prometerle un regalo. Pero no se sabe si con el libro la señora intenta, de buena fe, aproximar al niño a los valores de la religión y la cultura. No puede saberse porque el narrador, conforme a la óptica escogida, solo se enfoca en la desilusión del sobrino.

Se puede adivinar en la tía Florencia a la beata que refugia su soledad en una religión marcadamente externa o exotérica, incapaz, por tanto, de ser comunicada con fuerza, profundidad o entusiasmo a nadie.

Las relaciones sociales tampoco son armónicas. La tía Florencia se escandaliza al saber que su sobrino es amigo del hombre que limpia en su casa, y más aún, cuando sabe que la madre del chico le permite esta amistad. Poco más adelante la vemos a ella misma dirigirse a un operario que le realiza un trabajo. Su voz se hace, de inmediato, más brusca y su tono es altisonante.

La evidente rebeldía en contra de las tradiciones familiares que se aprecia en este relato no tiene un carácter vociferante. Es más bien mesurada. La historia se narra con compostura y el chico protagonista no olvida en ningún momento sus buenas maneras. Jamás sabrá la tía Florencia, por ejemplo, que el libro religioso en francés ha desilusionado a su sobrino, ya que él se lo ha agradecido oportunamente con las palabras adecuadas.

Esta extremada sutiliza de las narraciones primerizas de Jorge Edwards, sorprendente en un autor tan joven, fue puesta de relieve no solo por Alone, un ávido perseguidor de la literatura de sugerencias y de atmósferas sutiles, sino también por otros críticos.

Lo que al final nos deja este relato, como sensación dominante, puede ser el vacío, la terrible soledad que experimenta cada joven cuando se asoma a la visión y el aprendizaje sin el modelo, la guía, el apoyo comprensivo e inteligente de sus mayores.

Régimen para adelgazar

La imagen que domina el mundo del escritor chileno Antonio Skármeta es la del pájaro, y la necesidad fundamentadora de la existencia de sus protagonistas es volar, no solo metafóricamente, sino en el sentido de emprender un vuelo físico, efectivo, material. Es casi imposible encontrar pájaros en la obra de su paisano Jorge Edwards, y cuando aparecen se los califica negativamente («Adiós Luisa») o se los muestra como incapaces de despegarse («La experiencia»). El emblema que se reitera obsesivo es el del muro viscoso, el mundo como un acuario denso y podrido, y la dirección que emprenden los personajes es hacia la caída en el abismo. Solo hay un cuento de Edwards, «Régimen para adelgazar», en que el ser humano imita a los pájaros (¿de Skármeta?) y logra remontarse de alguna manera hacia arriba, y este relato servirá como punto de partida para confrontar las dos imago mundi, justamente porque en él se desarrollan ciertas semejanzas con uno de Skármeta, «El ciclista del San Cristóbal».

Ambas narraciones comienzan de la misma manera, con la observación de un objeto que se mueve por las alturas; en ambas, el personaje sube, busca volar; el vuelo aparece con signos mágicos; tanto un protagonista como el otro (y sus madres) están enfermos, y los dos tienen serias dificultades para respirar. Pero cada relato tiene un efecto y un sentido diversos.

La gorda, en el cuento de Edwards, está sometida a un régimen para adelgazar, impuesto por su padre médico y científico con el fin de que ella supere una deficiencia respiratoria. Para que la grasa le deje de oprimir el diafragma, para que deje de comer y se haga liviana y el aire circule arcangélicamente por sus pulmones, su hogar se ha tenido que convertir en un régimen militar (y no dietético), donde predominan lo gélido y lo mensurable, donde el autoritarismo baldío, el encierro, el castigo, engendran una atmósfera irrespirable. La gorda —debiendo escoger entre dos modos de asfixia, la de su casa y la de su cuerpo— intentará conciliar estas tendencias desgarradoras en una fantasía erótica. Al principio, cuando se le informa que puede pedir tres deseos, ella elige volar, comer todos los pasteles sin que nadie le moleste y, por último, inconfesable, «el deseo insensato, asesino» de matar a su padre. El relato narra de qué ambigua y paradójica manera estos anhelos, contradictorios entre sí, se cumplen. La gorda vive, desde el comienzo, en un mundo fantástico, un refugio mental, donde se ensueña a sí misma como destrabada y aérea («con la mente procuraba elevarse»; «saludando con una ligera venia y una sonrisa aristocrática»), como una pura boca («y a ella le daban ganas de arrasar con todo el pan de la mesa, de lamer todas las migas, en cuatro patas»; «soñaba que sus padres se ausentaban dejando la despensa abierta»), como una subsistencia meramente natural, vegetativa («y en la profundidad los erizos movilizaban sus antenas y tragaban y digerían sin descanso, transformando a toda clase de organismos en barro elemental y lenguas amarillas»). La niña va a subir a «una cámara oscura a prueba de intrusos, libre de las leyes que rigen el tiempo y el espacio», y desde ahí va a extralimitarse, expandir las fronteras de sus fantasmagorías, comiéndose doce pasteles, «y la materia blanca, al disolverse en la lengua, le produjo un estado de éxtasis; algo aéreo, angélico: pura delicia». Es la gula la que transforma a la gorda en un «globo más liviano que el aire», y sale espumosa por la ventana, volando sobre las nubes, dominando la gravidez de su propio cuerpo.

Pero esta visión alada no puede perdurar: es el producto de una enfermedad, obedece al ritmo mórbido de un cuerpo sofocado por la grasa, sigue encerrada en la oscuridad interior de su «nido de águilas», su fortaleza, y —perdiendo altura— «era muy difícil respirar; el cielo había tomado un aspecto ceniciento, lúgubre, anunciador de cataclismos y desgracias... En la playa y sobre las rocas había pescados gordos, de grandes aletas perpendiculares, con el vientre gris claro vuelto hacia arriba. La dificultad para respirar se ponía cada minuto más desesperante». La gorda pierde su condición de pájaro y se torna en un pez gordo, varado en la playa, vuelto hacia arriba ineficazmente, con aletas en vez de alas y una condición perpendicular clausurando la verticalidad, y el predominio del vientre sobre el pulmón. El volar, un modo de negar sus dos prisiones, terminará por destruirla, al haberse entregado a un delirio pueril y regresivo. La única forma de rebelión que la gorda toma en cuenta es negar la realidad, escapar de las contradicciones mediante un vuelo que no es tal, que sólo es una solitaria e infértil entremirada evocadora, una descarga orgásmica en el fondo masturbatoria. El orden del padre es falso, pero la forma de liberarse en el autoaniquilamiento, en el abandono pasivo, es igualmente inauténtica.

El aliado de la niña es el tío Gonzalo, que le da plata para comprar pasteles («¡hasta que te dé puntada!»), y que también flota en un universo irreal, preso de la fantasía erótica y turbia de sus fotos pornográficas y de su nostalgia por un pasado falso. Tampoco puede controlar su cuerpo («los tics que recorrían su cara eran más rápidos y agitados que de costumbre»). Asimismo la madre de la muchacha repite este esquema: a pesar de que su cuerpo es devorado por la celulitis, cuando «caía el crepúsculo... no lograba vencer la incitación de los aperitivos». Por lo demás, en las tres generaciones, tío, madre, hija, se presentan signos de un sexualismo malsano, que va unido a una huida de la realidad.

Frente a ellos está el médico, y su casa y sus anteojos, que brillan ordenadamente. El padre habla de viajes interplanetarios, de velocidades supersónicas y del año dos mil en que «habría modos de cambiar el cuerpo humano...». El también, entonces, «inflado de satisfacción», se dedica a la fantasía, al vuelo imaginario, mientras en su propio hogar el cuerpo humano prosigue su inalterable descomposición y el vuelo se hunde impracticable. Puede pronosticar las características técnicas del futuro, trazar programas civilizadores, pero no puede impedir que su familia se sumerja en el consuelo irónico de una alimentación desmesurada y ruinosa, un sensualismo desviado e incierto, formas de una rebelión a medias que han surgido precisamente como un modo de desengancharse de esa «red metálica» racional, esa frialdad antiséptica, puritana, de máquina. Sus mujeres se entregan a una ensoñación tan irreal y castradora como la suya.

Volar, entonces, no significa liberarse, ya que las altas aves de los deseos se estrellan contra las paredes interiores de la mente, contra las murallas exteriores de la sociedad que aprisiona y tuerce, una sociedad ella misma ciega e incapaz. Como en casi todos los cuentos de Edwards, los personajes están detenidos entre la anormalidad desordenada (y apenas, y a ratos, mágica) de lo personal y el orden antihumano de las figuras autoritarias y sociales.

La subida del protagonista en «El ciclista del San Cristóbal» implica, en cambio, una verdadera catarsis, una victoria sobre las fuerzas de la muerte y de la enfermedad.

El señor

Una niña llamada Bernarda se pierde durante el carnaval y pregunta a un señor desconocido si puede llevarla a su casa. El señor, amablemente, accede.

Bernarda trata de darle conversación durante el camino, pero el señor apenas habla.

A medida que se alejan del bullicio de la fiesta y se internan por las calles cada vez más oscuras, Bernarda comience a inquietarse…

El fin del verano

El fin del verano de Francisco en un balneario en la playa, donde conoce a Margarita (con la que se obsesiona) y a una serie de variopintos personajes: Clotilde, Ignacio Rueda, un mago, un ex diplomático…

A la deriva

Don Alejandro vive con su hermana Inés. Todos sus días son iguales. En verdad, a don Alejandro le cuesta recordar una época diferente. ¿Veinte años atrás, cuando vivía su mujer y él conservaba su dinero?… Lecturas apasionadas, viajes a Europa, discusiones interminables en que se reordenaba el engranaje descompuesto del universo. Pero ese tiempo se ha extinguido sin remedio…

AUTORES

Isabel Allende es una escritora chilena, hija del diplomático Tomás Allende Pesse —primo hermano de Salvador Allende, presidente de Chile entre 1970 y 1973—. Nació en Lima circunstancialmente en 1942, mientras su padre se desempeñaba como secretario de la embajada de Chile en Perú, y es la mayor de los tres hijos del matrimonio. Apenas conoció a su padre que, divorciado, renunció a la patria potestad de los hijos. No volvería a verlo hasta que de nuevo la casualidad se lo puso sobre una bandeja de zinc, es decir, en la morgue siendo ya cadáver. Isabel Allende es de ascendencia española (vasca) por parte paterna y de ascendencia portuguesa y española (vasca y castellana) por parte materna, y cuenta también con la nacionalidad estadounidense.

Entre 1953 y 1958, su familia residió en Bolivia, donde asistió a una escuela estadounidense en La Paz, y en Líbano, donde estudió en un colegio privado inglés. Al volver a Chile en 1959, se reencontró con Miguel Frías, con quien se casó cuatro años más tarde. La pareja tuvo dos hijos: Paula (1963-1992) y Nicolás (1967), ambos nacidos en Santiago. Desde 1959 hasta 1965 trabajó en la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en Santiago de Chile. Durante los años siguientes, pasó largas temporadas en Europa, residiendo especialmente en Bruselas y Suiza.

Debido al golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 contra el gobierno de Salvador Allende y del advenimiento de la dictadura del general Pinochet, Isabel Allende y su familia huyeron de Chile en 1975, exiliándose en Venezuela, y allí permaneció durante trece años, trabajando en el diario El Nacional de Caracas y en una escuela secundaria hasta 1982, cuando publicó La casa de los espíritus. Esta primera novela suya, y la más conocida, nació de una carta que había comenzado a escribirle a su abuelo en 1981, cuando este tenía 99 años y estaba al punto de morirse. Esta obra de realismo mágico fue adaptada al cine y en octubre de 1993 se estrenó en Múnich, Alemania, producida por Bernd Eichinger y dirigida por Billie August. Además fueron vendidos más de 51 millones de ejemplares y la obra fue traducida en más de 27 idiomas. La segunda novela, De amor y de sombra (1984) se convirtió también en otro gran éxito y fue llevada asimismo a la pantalla grande en 1994 por la cineasta venezolana Betty Kaplan. En ambas novelas aborda el tema de la dictadura, ayudada por las propias experiencias de la autora.

Los viajes constantes que emprendió promocionando sus libros generaron un distanciamiento en su matrimonio con Frías. Divorciada de su esposo, en 1988 se casó en San Francisco, California, con William C. Gordon, escritor, fotógrafo y abogado que ha destacado tanto por su faceta como autor de novela negra y criminal, como por su labor defendiendo a la comunidad de habla hispana en el estado de California. Ese mismo año, Isabel Allende viajó a Chile para votar en el plebiscito de octubre, que perdió Pinochet y que condujo, al año siguiente, a elecciones que ganó la oposición, agrupada en la Concertación. En 1990, con el retorno de la democracia en Chile, fue distinguida con la Orden al Mérito Docente y Cultural «Gabriela Mistral» Mistral por el presidente Patricio Aylwin.

En 1992, murió su hija Paula con tan solo 29 años de edad, por complicaciones de una porfiria que la llevaron al coma tras ser hospitalizada. La dolorosa experiencia impulsó a Isabel Allende a escribir Paula, libro autobiográfico epistolar publicado en 1994. Dos años después creó la Fundación Isabel Allende, en homenaje a su hija, quien había trabajado de voluntaria en comunidades marginales (en Venezuela y España) como educadora y psicóloga. En el año 2007 publicaría otro libro, La suma de los días, también dedicado a Paula, donde narra a su hija la historia de su familia a partir del momento de su muerte.

Desde 1988 ha residido en San Rafael, California, pero, normalmente, trabaja en una casa de Sausalito, unos kilómetros más al sur, donde ha escrito muchas de sus novelas. Ha sido distinguida en la Academia de Artes y Letras de Estados Unidos y, en mayo de 2007, se le hizo entrega del doctorado honoris causa por la Universidad de Trento, Italia, en «lingue e letterature moderne euroamericane».

En septiembre de 2010, fue distinguida con el Premio Nacional de Literatura de Chile​ por «la excelencia y aporte de su obra a la literatura, la que ha concitado atención en Chile y en el extranjero, y también ha sido reconocida por múltiples distinciones y ha revalorizado el papel del lector». La votación, como era de esperar por la polémica que le había precedido, no fue unánime (tres votos contra dos). Isabel Allende se convirtió en la cuarta mujer en recibir este galardón, antecedida por Gabriela Mistral (1951), Marta Brunet (1961) y Marcela Paz (1982). Al año siguiente, recibió el Premio Hans Christian Andersen de Literatura por sus cualidades como narradora mágica y su talento para «hechizar» al público, sucediendo a otra mujer, la británica J.K. Rowling, que ganó la primera edición de este galardón que desde 2010 se entrega en Odense, ciudad natal del famoso escritor danés.

Además de las adaptaciones cinematográficas ya citadas anteriormente —La casa de los espíritus y De amor y de sombras—, algunas de sus obras han sido llevadas al teatro (su primera novela tiene diez versiones dramáticas) y a la radio o se han convertido en musicales (El Zorro) y ballets («Una venganza»). El mismo relato «Una venganza», escrito en 1987 y que forma parte de la recopilación Cuentos de Eva Luna, ha renacido en una ópera. El libretista Richard Sparks y el compositor Lee Holdridge terminaron la obra en 2012. Fue estrenada con el título de Dulce Rosa en The Broad Stage de Santa Mónica​ el 17 de mayo de 2013 bajo la dirección musical de Plácido Domingo y con las interpretaciones de la soprano uruguaya María Antúnez y el barítono mexicano Alfredo Daza en los papeles protagónicos.

En 2014 publica la novela policíaca El juego de Ripper. En 2015 se separa de su marido William C. Gordon y ese mismo año publica la novela El amante japonés y recibe el doctorado honoris causa por la Univerdad de Santiago de Chile. En 2019 Televisión Española, Boomerang TV y Chilevisión produjeron la adaptación para televisión de Inés del alma mía, la exitosa novela de Isabel Allende.​ La serie es un drama histórico que cuenta, a lo largo de ocho apasionantes episodios, la historia de Inés Suárez, la conquistadora y militar española conocida por su notable papel en el periodo de la Conquista de Chile. Interpretada por la actriz española Elena Rivera, se estrenó el 31 de julio de 2020 en Prime Video en España y el 7 de octubre de 2020 en el canal La 1 de RTVE.


Jorge Edwards, escritor, crítico literario, periodista y diplomático, nace en Santiago de Chile en 1931, en el seno de una familia de abolengo de la sociedad chilena que no vería con buenos ojos su incipiente afición literaria. De ascendencia gallega por parte materna, desde 2010 tiene asimismo la nacionalidad española, concedida por el Rey Juan Carlos I, «por los muchos vínculos literarios y afectivos que le unen a España, incluido el Premio Cervantes (en 1999) y las muchas vivencias compartidas tras sus tantas estancias, ya habituales, en España».

De niño entra en contacto con la literatura, de forma casi clandestina, gracias a una tía que le mostraba textos de su tío abuelo Joaquín Edwards Bello, que era considerado una especie de marginal y excéntrico, a pesar de los dos premios nacionales obtenidos: el de Literatura y Periodismo. Su admiración por la literatura española arrancó cuando, a los quince, comenzó a leer en el Colegio San Ignacio a Azorín, y luego a Miguel de Unamuno, intelectual profundamente crítico con los jesuitas, de quien el novelista chileno se declaró «un admirador apasionado, casi fanático». Precisamente dos figuras tan antitéticas como Unamuno y el sacerdote jesuita Alberto Hurtado, profesor de Edwards y fundador del Hogar de Cristo que en 2005 se convirtió en el primer santo chileno, fueron las dos referencias fundamentales en la formación del joven Edwards.

La juventud de Jorge Edwards está marcada justamente por las angustias de una doble vida: la aficionada a la literatura y la que debía cumplir con las expectativas familiares. Sus lecturas se sitúan en los modelos europeos (Frank Kafka, James Joyce y otros) y los temas de sus relatos giran en torno a la ciudad. Finalmente, contentando así a su familia, estudia Derecho en la Universidad de Chile.

En 1952 publica un libro de relatos, El patio, con el que se gana cierta fama. En aquella época es un bohemio que pertenece y vive la noche intelectual santiaguina, que luego retrataría en Adiós, poeta, donde presenta sus vivencias junto al Premio Nobel de Literatura chileno Pablo Neruda. Para escribir este libro, Edwards recibió la beca de la Fundación Guggenheim en 1979. Realizó una investigación de largos años y finalmente presentó su manuscrito en 1990 al concurso Comillas de biografía, autobiografía y memorias que organizaba Tusquets Editores, de Barcelona. El premio, en su tercera edición, había sido declarado desierto, pero cuando llegó el texto de Edwards le dieron el premio a este y además lo publicaron.

Ingresa a la carrera diplomática en 1957. Representa a Chile en diversas misiones, llegando, incluso, a ser embajador ante la UNESCO durante el gobierno de Eduardo Frei. Desde esta posición privilegiada vive, desde la trastienda, los gobiernos de Alessandri y Frei. Su punto culminante se sitúa en 1970, cuando Salvador Allende le encarga que abra la embajada chilena en Cuba. Una vez allí, es declarado persona «non grata» por el régimen castrista un par de meses después.

La vida de diplomático reprimió su labor literaria, hecho que cambia cuando la abandona en 1973. Será precisamente ese año cuando publique su testimonio Persona non grata, donde narra las peripecias sufridas como embajador de Chile en Cuba, un texto que concitó la atención del mundo político y que molestó profundamente al mundo izquierdista, que lo proscribió de sus terrenos. Es con esta obra con la que alcanzará el éxito definitivo. Además, el libro fue censurado por las dictaduras de Fidel Castro y Pinochet.

Es miembro de la Academia Chilena de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española. Colaborador asiduo de diversos diarios, tanto de Chile, como de Argentina y de Europa (El País, Le Monde o el Corriere della Sera), sus crónicas, semblanzas, columnas y ensayos periodísticos se recogen en tres volúmenes: El whisky de los poetas (1997), Diálogos en un tejado (2003) y Prosas inflitradas (2017).

Galardonado con numerosos premios y distinciones, como el Premio Nacional de Literatura (1994), el Premio Cervantes (1999), el Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América de Narrativa (2008) o el Premio González Ruano de Periodismo (2011), su obra narrativa se compone de trece novelas (El peso de la noche, Los convidados de piedra, El museo de cera, El anfitrión, La mujer imaginaria, El origen del mundo, El inútil de la familia, El sueño de la historia, La casa de Dostoievski, La muerte de Montaigne, El descubrimiento de la pintura, La última hermana y Oh, maligna) y de cuatro libros de relatos (El patio, Gente de la ciudad, Las máscaras y Fantasmas de carne y hueso). Es también autor del ensayo Desde la cola del dragón (1977), de una biografía del escritor brasileño Joaquim Machado de Assis (2002), de La otra casa: ensayos sobre escritores chilenos (2006) y de dos libros de memorias: Los círculos morados (2012) y Esclavos de la consigna (2018).


COLECCIÓN «BIBLIOTECA DE EL SOL»

El Sol fue un periódico fundado en 1990 por el destacado editor y mecenas cultural español Germán Sánchez Ruipérez (Peñaranda de Bracamonte, Salamanca, 1926—República Dominicana, 2012), a la sazón fundador y presidente del grupo editorial Anaya y de La Casa del Lector de Madrid. ​La publicación se inspiró en el diario El Sol, histórica cabecera madrileña fundada en 1917 y desaparecida con la Guerra Civil de 1936.

Dirigido por el periodista José Antonio Martínez Soler (JAMS) y editado por Cecisa (Grupo Anaya), el nuevo periódico El Sol fue el primer diario español que contó con una redacción totalmente informatizada. En 1991, El Sol se convirtió también en el primer diario nacional con regalos promocionales, fomentando la lectura y la cultura con una colección de libros en formato económico, denominada Biblioteca de El Sol, editados, al igual que el periódico por Cecisa (Compañía Europea de Comunicación e Información, S.A.). Llegó hasta los 325 títulos, muchos de los cuales comienzan a ser muy buscados por coleccionistas de rarezas y curiosidades editoriales.

Esta colección fue muy popular durante su lanzamiento y ha adquirido un considerable potencial de revalorización en el tiempo, no por razones de calidad técnica editorial sino de índole literaria, artística e histórica: la efímera existencia del periódico con el que se distribuyó y de la empresa editora Cecisa; el que detrás de esta iniciativa de fomento de la lectura se encuentre el empeño personal del reputado editor y mecenas cultural Germán Sánchez Ruipérez; la gran calidad literaria de las obras publicadas, tanto las clásicas y contemporáneas como los libros que se editaron exclusivamente para esta colección; el innovador formato de edición y promoción; la publicidad inserta en un faldón de portada y a toda página en contraportada; las ilustraciones de las portadas, con el característico diseño gráfico de Rodrigo Sánchez sobre el arte conceptual firmado por un amplio elenco de dibujantes e ilustradores nacionales: Luis Mesón, Ángel Uriarte, Carlos Arroyo, Humberto Blanco, José Carlos Cazaña, Ana Isabel González, José L.N. Salinas, Carmen Cano, Natalia Parejo, Sergio Señán, Carmen Trejo, Ricardo Salvador, Jesús Rica, Emma Navarro, C.C. Nieto, Miguel Gutiérrez, Carlos Requejo, José María Requejo e Ignacio Catalán.

El periódico El Sol existió apenas durante dos años, cerrando en 1992 como consecuencia de las bajas ventas y su inestabilidad económica y directiva.

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From 24/05/2012
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