Cuando en 1993 Birger Sellin publicó su primer libro, Quiero dejar de ser un dentrodemi, todos aquellos que pudieron leer sus crónicas quedaron impactados y maravillados: se trataba de un texto escrito por un joven autista de veinte años que desde que tenía dos había vivido sin pronunciar una palabra.
Era la primera vez que se tenía acceso directo al silencioso mundo del autismo, y este hecho supuso una conmoción que operó una grieta en el saber científico de la época sobre este particular. Del mismo modo, los diferentes abordajes (clínicos, educativos, sociales) que hasta el momento se organizaban en torno a este acontecimiento vital entraban en crisis frente a lo inexpugnable de esta posición subjetiva.