Nathan el sabio - Gotthold Ephraim Lessing; Aletheia 2004

En cierta ocasión Nietzsche afirmó en relación con el intelec­to "que precisamente ha sido añadido a los seres más desdi­chados, delicados y efímeros sólo como un recurso para rete­nerlos un minuto en la existencia; de la cual, por el contrario, sin ese añadido tendrían todos los motivos para huir tan rápi­damente como el hijo de Lessing".
Por desgracia, Nietzsche, certero una vez más, parece haber olvidado el destino de ese padre, Lessing-Nathan, a quien el ensordecedor rugido de la vida arrebató la vida de su vida: su descendencia. ¿De qué le habría servido a ese ser postrado, polvo entre el polvo, toda su inteligencia? ¿No es necesario que la vida nos otorgue al menos otro don para poder ejercer con decisión nuestra inteligencia en tales aprietos?
Y es que la inteligencia no puede germinar si su asiento pri­mero no es la ingenuidad; entendiendo por ingenuidad aquello que significa en origen: nobleza y generosidad.
Esta es la gran lección de Nathan. ¿Cómo podría de otra forma, careciendo de ingenuidad, confiar en que el esfuerzo de su razonamiento pueda llevar la paz a las tres religiones enfrentadas en la Tierra de los milagros, aunque también en la Tierra de las carnicerías?
Pero la ingenuidad lúcida a la que hacemos referencia no es ceguera, Nathan en ningún momento es un necio, conoce bien aquello de lo que todos los perversos del mundo prefie­ren huir: que el amo tiene fisuras, que no es omnipotente, que hay otros caminos. Y así, cuando ...