LIBRO IMPECABLE. INTACTO...........................
Eduardo Torrilla y Fernando García de Cortázar
Editorial: Espasa Año: 2008
ISBN-13: 9788467028218
Síntesis
En el día de 2 de mayo de 1808 el pueblo de Madrid, cargado de ira y pertrechado más de vocerío incontenido y armas de efectividad dudosa que de una estrategia mínimamente aceptable, se lanzó contra las tropas francesas de ocupación al mando en la capital de España del escenógrafo general Murat, elegante hasta en el baño y con esa capacidad intrínseca de todo buen galo de mantener al mismo tiempo los cabellos brillantes y perfumados y las manos metidas en la mugre. Hoy, doscientos años después de aquel heroico «historioclismo», podría parecer que muchos de sus románticos protagonistas no eran si no figurantes en busca de gloria que deseaban con anhelo que les pintara Goya para la posteridad. Nada más lejos de la realidad. Eran personas de carne y hueso cuya gesta ha sido mil veces retratada y más que lo será con justicia en este imprescindible bicentenario.
Dos novelas, «El siglo de las luces» de Alejo Carpentier y «El 19 de marzo y el 2 de mayo» (incluida en la obra magna «Los episodios nacionales») de Benito Pérez Galdós, además de un ensayo periodístico -la «Carta duodécima» de las «Cartas de España»- de José María Blanco White componen las tripas del volumen titulado «1808. El Dos de Mayo, Tres miradas», editado por la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad,
Tres miradas en un sólo tomo para nadar en lo recóndito del testimonio literario lo que significó aquel día, una fecha para la historia que, como casi todas las cosas de la vida, no surgió de la nada, si no como reacción a una serie de acciones previas.
Se podría decir que el 2 mayo de 1808 se gestó con la Revolución francesa de 1789, igual que se puede decir también, sin miedo a equivocarse, que Napoleón no era tan ilustrado como nos han hecho creer y que el valido de Carlos IV, Godoy, «Príncipe de la Paz» -nunca un título fue tan eufemístico- tuvo tanta culpa de que Francia invadiera nuestro territorio como los propios franceses, ávidos de expansionar sus ideas a golpe de sable. La Revolución repercutió no sólo en Europa sino también en los territorios de ultramar. No hay que olvidar que a pesar de ser una nación invadida, la España de 1808 también seguía siendo una potencia colonial -en declive, eso sí- con intereses muy apetecibles en el otro lado del Atlántico. Es allí, allende el océano, donde el musicólogo, periodista y escritor cubano Alejo Carpentier (La Habana, 1904-París, 1908) situó la acción de su sinfónica novela «El siglo de las luces», primero de los textos, primera de las miradas, la más alejada en el tiempo por su concepción, de este libro. El iniciador del concepto artístico de «Lo real maravilloso», que posteriormente dio origen al «Realismo Mágico» y a la gran explosión internacional de las letras americanas en español, rescató la olvidada figura histórica de Víctor Hugues, un comerciante y aventurero marsellés que pretendía exportar los principios de la Revolución a las Antillas, para mostrar toda la realidad majestuosa de aquellas tierras, desde Haití hasta la propia Cuba. Es en La Habana donde Hugues conoce a Esteban y Sofía, «jóvenes burgueses -según palabras del propio autor- conocedores de las ideas filosóficas, deseosos de acción, asqueados del medio en que viven, quienes llevan una vida romántica y desordenada antes del Romanticismo (...) Víctor transformará la vida de esos jóvenes llevándoles a la acción». Comienza así un viaje iniciático desde La Habana que llevará a los esponjosos criollos a dar con sus huesos en Madrid, una ciudad a punto de estallar, tras un periplo en el que la decepción se alea con el crecimiento personal de los implicados, al comprobar la distorsión de la lucha revolucionaria por el logro del poder en sí mismo.
Segunda mirada
Es en ese Madrid donde el canario Benito Pérez Galdós, uno de los novelistas históricos más brillantes de nuestra literatura, referente fundamental del realismo, ambienta uno de sus célebres «Episodios nacionales», titulado «El 19 de marzo y el 2 de mayo», perteneciente a la primera serie, un texto que escribió en 1873, once años después de que el autor llegara a la capital de España para empaparse de una ciudad que le fascinó. El libro gira en torno al personaje de Gabriel Araceli, «que se dio a conocer como pillete de playa y terminó su existencia histórica como caballeroso y valiente oficial del Ejército español», un anciano ya que rememora en primera persona sus andanzas vitales por esa urbe en la que el pueblo clama contra Godoy y Carlos IV en aquel 19 de marzo, fecha en el que se produce el Motín de Aranjuez y en la que está prevista la salida de la familia real hacia Francia. Y, por supuesto, en la participación del propio Araceli en las luchas contra el invasor francés en el 2 de mayo. Galdós pone en boca de sus personajes palabras del todo naturales, transparentes y, en cierto sentido, castizas, cargadas de un humor costumbrista rayano en lo cervantino.
Y tres
La tercera de las miradas corresponde a la «Carta duodécima» de las «Cartas de España» del periodista y escritor José María Blanco White nacido en Sevilla en 1775 y fallecido en Liverpool (Inglaterra) en 1841. Las «Cartas» fueron publicadas por primera vez en Londres en 1922 y estaban escritas en inglés. Tuvieron que pasar casi cincuenta años para que vieran la luz en castellano. En este caso el autor, sacerdote primero y presbítero de la iglesia anglicana después, aunque en ambos casos con dudas sobre su vocación, liberal y humanista, no sólo narra los acontecimientos desde su perspectiva de observador privilegiado, de testigo presencial; también desde su posición activa en los acontecimientos del 2 de mayo, en los que participó y vio morir a sus valientes amigos los militares Daoiz y Velarde. Blanco White, en este breve texto, disecciona con una contundencia exquisita los motivos de la reacción de los madrileños ante las provocaciones sufridas, pero también hace brotar un sentimiento de ubicuidad en el lector, capaz de «ver» el alma de los implicados con frases como esta: «Estos acontecimientos de inaudita crueldad y traición, que exceden los límites de lo imaginable provocaron en nosotros incontrolables sentimientos de temor que no podían ser refrenados por la serenidad de espíritu».