El arte está provisto de dos vertientes: la forma y el espíritu. La crítica bascula en su quehacer entre estos dos polos. Nadie ignora que la crítica "esteticista" se ha recogido en sus cuarteles de invierno, a menos que queramos dar valor a la palabrería esotérica en que aparece anegado el arte actual. Críticas formalistas exaltadas hasta la adoración, como las formuladas por Wõlfflin o Marangoni, guardan el respeto de los críticos de arte, pero nada más. Su vacío ha sido ocupado por una crítica vinculada al mundo de la idea, del pensamiento. Y esto es bueno, pues supone reconocer en el arte un mensaje profundo, un destino trascendente, alejado del mero entretenimiento. La historia del Significado es lo que se aborda en este libro.