Comunidad de Madrid / Visor Libros (Col. Letras Madrileñas Contemporáneas, 12), 2004, Madrid. 22x15,5 cm. 1.164 págs. Tapa dura ilustrada. Retrato del autor. // Prólogo de Francisco Umbral // César González-Ruano (Madrid, 1903-1965) // «Desertor de todos los movimientos literarios del casi medio siglo que permaneció en activo (empezando por el ultraísmo y el modernismo reticente), González-Ruano administró su desgana y su desdén por los esfuerzos sostenidos hasta llegar a dominar como nadie el género breve: la crónica o el artículo imbuidos de gracia lírica, plenos de capacidad de sugerencia y evocación. Los escribía de dos en dos, de tres en tres, de seis en seis, normalmente sentado en un café y con un oído puesto en el barullo de la calle o en la concurrencia no siempre deseada. Y luego dedicaba el resto del día a perfilar su mejor obra: su propia vida, sentimentalmente enrevesada, económicamente caótica y dominada por desidias recurrentes y variopintas enfermedades del cuerpo y el espíritu [...] En un Madrid sujeto a continuas restricciones eléctricas y a toda clase de carencias, un González-Ruano ya curado de su vocación cosmopolita y dueño de un bien asentado prestigio como escritor, comienza a llevar un puntual diario con el que, en su primera fase (la correspondiente a 1951, inmediatamente publicada en libro), pretenderá renovar el éxito de las memorias [Mi medio siglo se confiesa a medias, 1951]. Con la misma intención, en los años siguientes convertirá estos apuntes en sección periodística fija. Lo milagroso es que, aún en estas condiciones, de los apuntes de González-Ruano brote con tanta facilidad la magia de los grandes diarios: la novela de una vida, la postulación de un personaje inmediatamente familiar, la idea de que una determinada manera de ver las cosas depende directamente de la existencia de ese personaje y de su voluntad de dejar testimonio escrito de ellas. Todavía, no obstante, han de pasar algunos años y mediar algunas interrupciones para que estos diarios se desprendan definitivamente de sus lastres periodísticos y mercantiles y alcancen la estremecedora simplicidad y la humanísima verdad de los cuadernos correspondientes a los dos últimos años de su vida. En ellos, un González-Ruano que se siente morir y que, a la vez, se aferra casi maniáticamente a sus costumbres y vicios (el coleccionismo, el donjuanismo, el tabaco y el alcohol), juzga con lucidez sus logros y carencias y acepta, no sin socarronería, la evidencia de la propia extinción. El terror es blanco. La soledad es blanca, anota en su última entrada. Y en esa blanca soledad que es el olvido (un olvido relativo, claro) descansa el autor desde entonces» (José Manuel Benítez Ariza) //