DESCRIPCIÓN:ELECTA, AJUNTAMENT DE BARCELONA 1993.-TAPA BLANDA CON SOLAPAS.-24,5X28CM.-125PÁG.-PROFUSAMENTE ILUSTRADO. Como todo artista lúcido y autoexigente, Miró necesitaba investigar sus propios medios, no detenerse. Hubo un momento en que, sin dejar de pintar, le parecía que ya había dicho muchas cosas con las telas y los pinceles. A partir de 1954 (aunque, de hecho, sus primeras cerámicas son de 1944) Miró colaboraría estrechamente con Llorens Artigas, su gran amigo y excelente ceramista.El resultado de este trabajo se expuso en 1956 en la galería Maeght de París y en la Pierre Matisse de Nueva York, y del éxito e interés despertado por aquellas muestras surgirían los encargos de grandes murales cerámicos (Unesco, Guggenheim, etcétera) que todos conocemos. A diferencia de otros artistas, cuya producción cerámica suele limitarse a la de la decoración de platos o jarrones, la cerámica de Miró está estrechamente relacionada al propio material, del que extrae todas sus posibilidades (la maleabilidad del barro, los reflejos y colores especiales, que sólo puede dar el fuego), y posee una presencia a veces propiamente escultórica. Además, lejos de una utilización canónica del medio Miró subvierte la propia disciplina añadiéndole en ocasiones al barro piedras o pequeños objetos encontrados. Suele afirmarse que la primera expresión plástica del hombre debió de ser la de sus huellas en las paredes de las cavernas o tal vez la de unos primeros grafismos hechos en la arena. Este sentido primordial y primario, ese mismo gusto que poseen los niños al hacer construcciones en la arena y ciertos adultos cuando son capaces (le recobrar el espíritu infantil, lo posee Miró en su cerámica. Un magnífico crítico, Waldemar George, decía de Miró en 1929: "Nuestras preferencias van hacia sus obras bárbaras, que resucitan un mundo elemental y un tipo en el que los hombres identificaban con los dioses las fuerzas de la naturaleza. Miró coincide ahí con los trogloditas de la escuela de Altamira". Tenía razón.