Esta hoja bifaz firmada por Miravalles muestra, una vez más, la doble dimensión del ejercicio académico: por un lado, el retrato definido y contundente en el anverso, y por otro, el estudio inacabado y casi fantasmal del reverso, como un palimpsesto visual que conserva las huellas del trabajo de taller.
El anverso está dominado por una figura femenina sentada, representada con trazo firme y una mirada penetrante. El rostro, que es el núcleo expresivo del dibujo, está trabajado con gran detalle: la luz modela con precisión la frente, el pómulo y la nariz, mientras que las sombras refuerzan la profundidad de la mirada. El cuerpo, en cambio, se resuelve con líneas más esquemáticas, lo que genera un contraste dinámico entre el tratamiento del rostro y el del vestido y las manos. La postura —ligeramente inclinada hacia adelante, con un brazo apoyado y el otro descansando sobre el regazo— transmite serenidad, pero también presencia y autoridad. La economía de recursos en algunas áreas del dibujo no le resta fuerza, sino que pone en valor lo esencial: la expresión del rostro y el gesto corporal. La firma aparece con trazo suelto en el margen inferior izquierdo, completando la composición con discreta elegancia.
El reverso, en cambio, presenta una imagen doble: dos figuras femeninas superpuestas que parecen haber sido trabajadas en momentos distintos o de forma solapada. La figura de la izquierda, desnuda y sentada de perfil, está más delineada, mientras que la segunda, más vestida y de frente, se percibe difuminada, como si emergiera desde una neblina de carboncillo. Las proporciones se entrecruzan, generando una atmósfera casi onírica, donde el cuerpo se transforma en campo de prueba, en búsqueda gestual más que en representación acabada. Este reverso encarna la esencia del boceto: espontaneidad, ensayo y error, intuición.