En 1974, Miss Shepherd y su furgoneta se instalaron en el jardín de Alan Bennett, siendo ya conocidas en el barrio. Tras varios encuentros y ataques vandálicos, Bennett le ofreció un cobertizo en su jardín. Esta convivencia de quince años reveló la excéntrica y digna personalidad de Miss Shepherd, una persona real con múltiples identidades. Bennett reflexiona sobre su perturbación ante el sadismo y su necesidad de vigilar a Miss Shepherd para poder escribir.