En el año 1966, Robert Simon decide darle un nuevo rumbo a su vida al cumplir los treinta. Trabajando como jornalero en el mercado de los Carmelitas, en un barrio popular de Viena, decide hacer realidad su viejo anhelo y revitaliza el café abandonado frente al que pasa a diario. Con su habitual atención al detalle, el autor austriaco evoca los modestos destinos de aquellos que se convertirán en clientes habituales del Café sin nombre. Las descripciones de Viena, renaciendo de sus cenizas veinte años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, tienen una ternura y un sabor especiales.