En el año 1046, en Mantua, todo comenzó con un sueño: un campo de batalla, fuego y cientos de muertos. Luego, una mujer de cabello rojo, armadura blanca y espada en mano, obteniendo la victoria y recuperando su tierra. Este fue el sueño de Beatrice di Canossa poco antes de dar a luz a su tercera hija, Matilde. Sabía que la niña tendría un gran futuro, pero nunca imaginó que se convertiría en un símbolo, la mujer más temida y respetada de su tiempo, una guerrera. Su destino, según la tradición, era estar al lado de un guerrero de noble cuna elegido por su padre. Sin embargo, las cosas tomaron un rumbo diferente. Tras la prematura muerte de su padre y su hermano, Matilde se vio obligada a gobernar y luchar para defender a sus súbditos, al lado del Papa durante la Lucha por las Investiduras, y a negociar la paz entre Gregorio VII y Enrique IV. Nunca dedicó un día de su vida a sí misma, pero la Historia aún la considera una protagonista.