- Siempre siendo sincero conmigo mismo, antes de ser elevado a caballero templario, me tomé un periodo de tiempo para reflexionar, incluso filosóficamente, si espiritualmente estaba preparado para asumir en limpia conciencia mi espíritu católico, cristiano, apostólico y romano, coger el rosario con una mano y la espada con la otra en defensa de la fe. Ciento ochenta y tres días de proezas casi épicas de mi raciocinio, por un lado, y de mis valores por el cristianismo, por el otro, fueron sin duda una batalla interior que libré sin descanso. Así, en esa exigencia personal, siempre serena e imparcial ante mis dos postulaciones, he de confesar que la tibieza no pudo impedirme que en las noches de insomnio solicitase la especial gracia de la Divina Providencia y del Espíritu Santo para que me auxiliasen en tan determinante decisión de incorporarme al temple. Y por n llegó la respuesta, encendiendo mi corazón e iluminando mi confusa mente. Una muda voz, llena de ternura pero a la vez grave como la de un general, disipó mis dudas: «Elévate a templario y escribe un tratado espiritual». En consecuencia, considerand