Patria es mi novena novela. Nació de di-
versos estímulos alejados en el tiempo. El pri-
mero de ellos no pasó de un rápido apunte en
un cuaderno de anotaciones. Una mujer que
ha perdido a un ser querido a causa de un
atentado de ETA quiere, antes de morirse, que
le pidan perdón. Eso es todo. A este apunte lo
precedieron y sucedieron otros que acaso no
den nunca lugar a una novela o a un relato.
El segundo estímulo, años después, con-
sistió en una imagen. Durante la lectura de
un libro de tantos, quizá distraído, vi men-
talmente a dos mujeres ya metidas en años
que se abrazaban en la plaza de un pueblo.
Esta escena, la última de Patria, es el cabo
de hilo, tirando del cual salió después la ma-
deja entera de la novela. Puede decirse que
concebí el libro como un largo antecedente
de su episodio final.
La novela no se me representó como po-
sible sino después de combinar esa imagen
con la anotación del cuaderno. Yo he pre-
ferido, casi siempre, prever los desenlaces.
Eso me aporta la ilusión de un horizonte al
que me encamino. Con frecuencia, disponer
tan sólo de un principio no me conduce a la
nada. Tampoco es que me aferre a una idea
preconcebida. No sería la primera vez que,
mediada la obra, adopto, por considerarlo
preferible, un final distinto del ideado inicial-
mente. En el caso de Patria no fue así. No
hay en toda la novela una sola frase escrita
sin que yo supiera adonde llevaba.
En modo alguno puedo prescindir de un
motivo generador de episodios ni, por su-
puesto, de un método de trabajo. Lo primero
me permite inventar la historia mientras la
voy contando. Lo segundo me obliga a en-
garzar todas las ocurrencias en una estruc-
tura. Esto supone que, antes de escribir la
primera línea, habré prefijado una serie de
reglas técnicas de las cuales no me apartaré
hasta alcanzar el punto final. Así he redacta-
do todas mis novelas. No sé hacerlo de otro
modo. 0 quizá sí, pero nunca me ha tentado
la novela de argumento, que, huelga decir,
no menosprecio.