Aunque parezca increíble, no deja de ser una verdad, una triste realidad, que se ha perdido completamente la noción exacta de lo que fué aquella vida del clero secular en la infancia del cristianismo, en los días de esplendor que siguieron a la vict ria de Constantino y consiguiente paz de la Igesia, y en los azarosos tiempos de la invasión de las razas del Norte, y después en las revueltas políticas de la Edad Media.
Muchas obras se escribieron, y muy eruditas, al aparecer el invento de la imprenta, escritas por historiadores que, encuadrados en congregaciones de canónigos reglares, veían el tema bajo el punto de vista de sus respectivos institutos, y lejos de aclararlo, cada vez le envolvían en más densas tinieblas.
Y aún en nuestra España ¿no tenemos una idea harto confusa del género de vida que practicaron aquellas lumbreras de la Iglesia española, los Licinianos, los Leandros, Isidoros, Ildefonsos, Braulios, Eugenios, etc., brillante constelación de santos y sabios, que nimban con destellos de luz cegadora las páginas inmortales, que en la historia de España y de la Iglesia nos legó la Iglesia visigoda?
Esta cerrazón en el horizonte de la Historia aumenta después de la invasión musulmana, y apenas nos damos cuenta de la manera de vivir del clero a través de las obras escritas con ocasión de la disputa adopcionista en el siglo VIII, de las obras de San Eulogio de Córdoba y sus amigos en el siglo IX, de los polvorientos pergaminos de los archivos eclesiásticos en el X y siguientes, fuentes de inspiración hoy olvidadas y que aspiramos a recordar en la presente obrita, ilustrada con varios ejemplos típicos, que sería facilísimo multiplicar.
No queremos incluir en nuestro estudio nada relativo a congregaciones de canónigos reglares, ora constituyan numerosos individuos en muchas casas, ora sean una sola casa con su regla peculiar; nosotros sólo nos ocuparemos de las Canónicas que se agrupaban en torno a los obispos, bien en los claustros de las catedrales, bien en otros templos o edificios, y formadas exclusivamente por los que siempre, entonces y ahora, se llamó clero secular.