La mirada de Glòria Muñoz. Conxita Oliver. A color. 29 cm. Firma y dedicatoria autora! Como nuevo

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La mirada de Glòria Muñoz

Autora: Conxita Oliver

Ejemplar firmado y dedicado por la autora a Antoni Vila-Casas

Edita Fons d’Art Olot

IDIOMA: català / español

2000

1ª edición!

159 pág.

32 cm.

Papel de excelente calidad

Ilustraciones a color

Tapa dura

Sobrecubierta

Excelente estado

Conocimiento del mundo a través de la vida de las cosas, como el que Gloria Muñoz realiza con sus pinturas, cuando transforma y categoriza sin perder lo que tienen de materia, manteniendo lo espiritual que ocultan. Porque materia y espíritu son las categorías siempre presentes en la obra de esta artista. Una materia que no se refiere al esqueleto externo, a la apariencia física, sino a la materia secreta interpretada a través del filtro de las emociones, sensaciones y vivencias. Y un espíritu logrado por una disciplina austera, por un método que consiste en desnudar las cosas de sus atributos anecdóticos, hasta reducirlos a imágenes primordiales, a principios puros cargados de recuerdo y memoria.

Buena conocedora de la historia del arte, Gloria Muñoz sintió desde sus comienzos la necesidad de expresarse, también, a través de los objetos que la rodeaban, después de asimilarlos. Por esa razón, en la naturaleza muerta es donde Gloria Muñoz plantea cuestiones pictóricas de fondo. En esas composiciones, la pintura consigue una mayor transcendencia ya que deja la referencia real del paisaje y profundiza en conceptos más introspectivos, para proyectarse emocionalmente; en definitiva, para dejar en libertad su pasión y transmitir el flujo de su subconsciente. ... Observa y transforma. A través de todas las miradas personales percibe la belleza oculta tras la piel invisible y nos la muestra de nuevo en su plenitud. Así desvela el alma secreta de las cosas para reinterpretarlas y redescubrirlas. Sabe rescatar lo ínfimo y lo inadvertido para introducirnos a una percepción inhabitual de esos objetos, dotándolos de una nueva dimensión y una nueva óptica. Es así como transforma la vida inerte en obra de arte. Su pintura es de silencios, memorias y recuerdos; una obra que valora la presencia y la ausencia, el lleno y el vacío, la representación y la alusión, y, en definitiva, la vida y la muerte. Una confrontación bipolar entre lo conocido y lo desconocido, entre las certezas aparentes y las apariencias enigmáticas, para crear esa condición ilusoria, que es lo que quiere transmitir Gloria Muñoz con su búsqueda del absoluto.

El conjunto de obras de Gloria Muñoz agrupadas en el título de Altares vacíos constituye un hito importante en su proceso evolutivo. Esta serie empieza cuando, alrededor de 1993, se instala con su taller en la iglesia del convento de clausura de S. Bertomeu, en Peralada. Parecía una predestinación ya que antes de entrar en ese espacio sagrado, su pintura ya emanaba el misticismo de los Altares en las mesas, algunas desnudas, medio vacías, con algún objeto colocado a modo de ofrenda. A partir de ese momento, su pintura da un giro importante y se centra en la historia de ese espacio singular, de esas paredes mudas que conservan unas vivencias intensísimas. En seguida, la artista comulgó con ese escenario y se sintió parte involucrada en él experimentando unas sensaciones, unos sentimientos y unas emociones latentes que todavía no habían encontrado su camino de salida. Esas paredes descostradas, esos altares abandonados, esos objetos de la liturgia dejados, ese espacio que había perdido toda utilidad monástica seguían ejerciendo un fascinante poder de comunión con la artista. Una ceremonia ritualista privada la que se ejerce desde entonces, entendida como una pugna espiritual, como una batalla de sí misma para renacer y encontrarse con el yo más profundo; una experiencia de peregrinación la que experimenta la artista para conseguir la verdad absoluta y medir lo que es inabarcable; un viaje iniciático ‐ese que nos propone seguir Gloria Muñoz‐ a través de un periplo interior y de una celebración espiritual para buscar la esencia mística. ... Un ejemplo de madurez, éste, que nos ofrece Gloria Muñoz. Dejar atrás todo lo más sensual y renunciar al desbordamiento barroco, prescindir de la exuberancia y el pictoricismo exultantes de color y materia ‐como lo hacen los que se libran a los menesteres del espíritu‐ a cambio de una pintura desnuda y descarnada; es un paso que muy pocos artistas están dispuestos a dar. Aislados en una luz impalpable, los altares vacíos abren camino a los pensamientos, a la memoria íntima de cada cual.

Del mismo modo que la filosofía del Zen hay una huida constante de la materialidad hacia una búsqueda de la esencialidad más pura, la obra actual de Gloria Muñoz comparte el mismo objetivo ya que su pulsión creativa –su vitalidad inspiradora‐ nace de una larga, paciente y profunda trayectoria “espiritual”, de una enriquecedora meditación interna y de una investigación filosófica. Es esa vocación hacia la interpretación plástica del pensamiento, de las experiencias personales, la que le conduce a la plasmación de la quintaesencia de la realidad. Inflexibles en el rigor las obras sacras de Gloria Muñoz no nos conceden ningún reposo ni intentan halagarnos. Ante ellas, debemos callar, nos imponen recogimiento, porque se diría que lo único que vemos son rastros que no esconden el deterioro, los vestigios de un tiempo pasado en estrecha e íntima relación con el espacio. Parece que esos rastros están ahí para acotar un espacio y un tiempo, aunque sus imágenes suspenden la duración y borran el lugar Podemos establecer un cierto paralelismo entre esta situación y lo que escribe Rilke en la primera de sus Elegías de Duino... lo bello es el principio de lo terrible, ese grado que aun podemos soportar. El espectador tiene que descubrir que se le invita a acceder a un nivel de conocimiento más profundo de lo real. Se tiene que dejar embargar por los signos y símbolos que operan en una transformación más profunda. De acuerdo con lo que Rilke viene a decirnos, vemos que aquello a lo que aspira el verdadero arte no es captar lo estético, sino reflejar el conocimiento. Si no llevamos la experiencia de la contemplación del gran arte a las obras de Gloria Muñoz, no podremos disfrutar de ellas. Ahora, probablemente sus pinturas no resultan tan espectaculares: son más íntimas, más interiorizadas todavía. Y, vista con atención su trayectoria, llegamos a la conclusión que el espacio ‐el concepto que más le ha interesado siempre‐ es, ahora, mucho más vasto y acentúa las ausencias, para poder aproximarnos a la conciencia del vacío, de la nada. La obra definitivamente conseguida no nos necesita; somos nosotros la que la necesitamos para intentar superar la propia y limitada condición humana y, en definitiva, para nutrir nuestra identidad. Intentemos llegar a descubrir el contenido de la obra de Gloria Muñoz para nuestro desvelo interior.

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