En la primavera de 1930, Massimo [Scaligero] conoció a Julius Evola. En el volumen “Testimonianze su Evola” (Ed. Mediterrane, Roma 1985), Gianfranco de Turris relata las palabras de Scaligero: «Llamé a la puerta del penúltimo piso de Corso Vittorio 197 y me abrió un hombre joven, alto y de largas extremidades, indudablemente mayor que yo: su mirada era entre budista y olímpica, su porte tranquilo. Habiendo captado inmediatamente el sentido de mi visita, es decir, la ausencia de propósito, Evola se acercó a mí con una simpatía genuina, y esta simpatía fue la fuerza de conexión extra-dialéctica y extra-doctrinaria que me unió a él durante años. […]