ed gedisa 2003, 235 páginas, libro nuevo, ensayo sobre el desorden y la teoría del caos en las ciencias sociales.
fragmento :g. 121: “El Carnaval se define por una cultura (llamada popular) y una historia; es su resultado y contribuye a producirlas, como en la Europa de los siglos XIV y XV donde interviene en la formación del medio cultural urbano. Por consiguiente, es posible referirlo a una historia, a los acontecimientos y a un movimiento de amplia duración, captar en él continuidades (relación con el calendario de las estaciones y la liturgia, importancia que cobra la juventud en ese juego desenfrenado, desafío y sublevación enmascarada de los desfavorecidos, etcétera) y discontinuidades, hasta aquellas que reducen la manifestación al estado de mercancía lúdica. Empero, la explicación del Carnaval no es en primer lugar de carácter histórico. Tan pronto el acento recae sobre su función social: libera las tensiones, relaciona los procesos de oposición y de integración, expresa lo social y se presenta como una especie de lenguaje. Tan pronto el acento es de carácter psicológico o psicoanálitico: el Carnaval libera las pulsiones que la sociedad controla fuertemente en los tiempos ordinarios, de lo cual deriva el lugar que en él ocupa el cuerpo, el sexo, y a menudo la violencia; tiene un efecto catártico; establece una relación diferente con el otro y brinda también la posibilidad de jugar con el otro – el personaje encarnado persona – introducido en el interior de sí. En su célebre estudio de Dionisos, Henri Jeanmaire ha abierto otra vía al comprobar: “Simbolización de un sueño de desorden siempre recomenzado, el Carnaval expresa (un) deseo profundo de libertad”. Sueño siempre recomenzado porque cada sociedad, según su modalidad, define los límites que ella impone a lo que no es la conformidad, al espacio que concede a la libertad modificadora y al cambio, y porque ella no termina jamás de fijar límites, de reavivar las prohibiciones, de producir códigos. El debate orden/desorden es constante en toda sociedad; es inseparable de la existencia misma, como de la de todo ser: lugar de fuerzas, de procesos, de cambios continuamente en marcha. El orden social se alimenta sin cesar de la energía nueva que el desorden aporta, aunque fuese con los fracasos cuando el equilibrio no queda restablecido o no se establece en configuraciones diferentes. Los dispositivos que realizan la domesticación de esta energía, y cuya finalidad es, no la dominan en todas las circunstancias”.
De esto me he acordado al recibir una nueva nota escolar sobre la celebración del carnaval en el cole:
“(…) El tema de este curso es sobre X, para ello los niños y las niñas tienen que venir disfrazados de: