El inicio de la Edad Media. Volumen 10. El Gran Arte en la Arquitectura. Coordinación de la obra Julia Millán. Tapa dura. Salvat Editores. Primera edición. 1992.Hasta no hace mucho se consideraba que el año 476 señalaba la caída del imperio romano, el triunfo de los bárbaros y el comienzo de una larga noche que había discernirse sobre occidente hasta el Alba del renacimiento. Pero cuando el rey Odoacro depuso al último emperador, llamado por ironía del destino Rómulo Augústulo, su intención no era romper con el pasado, sino por el contrario restablecer en favor de Bizancio la unidad del imperio, tal como había existido en tiempos de Teodosio. El juicio sobre este periodo ha evolucionado mucho desde la visión catastrofista mantenida por algunos manuales escolares herederos de la época clásica. Entre los historiadores más recientes, los que se han dedicado a estudiar aquellos siglos que, precisamente a causa de su extraordinaria riqueza, escapan en gran parte a nuestro conocimiento, emiten ahora juicios más matizados y han desterrado ese término, cómodo pero inexacto, de decadencia. Esta nueva apreciación no solo es fruto de estudios regionales profundos, sino también, y sobre todo, de una visión de la civilización que ya no se va a ser exclusivamente en los criterios de la antigüedad. Precisamente por ello aparece en toda su riqueza la originalidad de ese periodo, en el que se estaban sentando las bases de otro mundo, aunque en lo esencial siguiera anclado en el mundo antiguo, o así lo creían al menos los hombres de aquella época. En realidad, las invasiones del siglo quinto no dejaron en ruinas un mundo, sino que aprovecharon más bien unas circunstancias que les eran favorables y se acomodaron a un molde que ya no era el del imperio en su momento de mayor gloria. Hay cierto número de “hechos de civilización“ que no permiten dudar de que se había entrado ya en un nuevo periodo. Algunos de estos hechos pueden parecer secundarios a primera vista, pero si los analizamos resultará reveladores. El vestido sufrió un cambio que iba más allá de la simple moda: la toga dejó de utilizarse excepto en las ceremonias oficiales y dió paso a la túnica, cuyo origen fue posiblemente asiático. La túnica tenía el cuerpo y permitía una libertad de movimientos de la toga impedía. La desnudez, que en la Grecia clásica distinguía al hombre civilizado del bárbaro vestido, se olvidó totalmente. El gusto por los juegos, que sustituyó al del atletismo, causó estragos, y de ello pido constancia en mosaicos y dípticos consulares. Las cacerías terminaban con derramamiento de sangre, y los que salían peor parados no siempre eran los animales, traídos de tierras exóticas aprecios altísimos. Los héroes de los juegos eran los conductores de carros, cuyo culto podía provocar verdaderos tumulto. Más importante todavía fue la existencia de una escuela de filosofía pagana que encontró su fuente en Plotino (205-270) y en su búsqueda del uno. La importancia de dicha escuela, magnificada por los filósofos que en ella se inspiraron, plantea una cuestión determinante para juzgar este periodo: el fenómeno religioso. Fue en este punto donde se produjo la ruptura entre la antigüedad clásica y la antigüedad tardía. Ya en el primer tercio del siglo tercero, el arte romano reflejaba un espíritu nuevo, que se fue a firmando con el transcurso del tiempo, pese a algunas tentativas fracasadas de regresión. Así se explica el éxito del cristianismo, que no triunfo sobre la religión pagana, la cual ya no contaba con demasiados adeptos, sino sobre otras religiones preocupadas también por el Dios único, preocupación extendida lo largo y ancho de todo el imperio romano con distintas coloraciones regionales. Al propio tiempo se hacía predominante la creencia en otra vida, en la vida eterna. Esta inquietud religiosa explica el hecho de que se emplearon temas iconográficos idénticos que solo el contexto particular permite descifrar. El arte cristiano vivió de ese fondo, tan extenso como rico, y preciso el significado del tema. En la confesión de San Pedro del Vaticano, un artista del siglo tercero no dudo en representar a Cristo con los rasgos de Apolo Helios conduciendo su cuádriga. Una característica común a todas estas religiones era la de ser religiones con misterio, es decir que la celebración ya no era cosa de la ciudad ante el templo, sino de iniciados que se reunían en el interior de un edificio especialmente dispuesto para ello. Los abetos del culto mitraico Por ejemplo, se ocultaban para celebrarlo en grutas naturales suegrita subterráneas…