El Siglo de Luis XIV. Versalles, espejo del mundo. Carl Grimberg. Tapa dura. Colección Panoramas Culturales. Ed. Daimon. 1ª Ed. 1968. Siguiendo una constante histórica de valoración política, al esfumarse la hegemonía española e iniciar la curva de su decadencia, sucede otra potencia que parece heredar esta misma idea de supremacía universal: la Francia de Luis XIV, el Rey Sol. Dueño absoluto de los destinos de su país, se propuso imponer también su poderío en toda Europa y lo consiguió durante algún tiempo; así, alternando una sagaz diplomacia con el empleo de las fuerzas armadas, pudo llevar a cabo su idea de una Francia extensa y preponderante. El siglo de Luis XIV es el de la cristalización perfecta del absolutismo real. Desde sus primeros años de actuación personal, el monarca francés impuso su voluntad suprema en todos los ámbitos del gobierno y de la administración, confirmando la frase que si no pronunció se le atribuye con justeza: «el Estado soy yo», y dirigiendo todos los asuntos sin participación alguna del pueblo, que le obedecía, como considerándole una emanación de la divinidad. Y así fue el máximo exponente de lo que vendría a convertirse en el mito del “derecho divino”de los reyes. Al propio tiempo, el esplendor literario y artístico parece vinculado al poderío político de Francia, y por ello el siglo de Luis XIV es también el «grand siècle» francés, época en que se erige el grandioso palacio de Versalles, que da el tono a todas las cortes europeas: este influjo francés se propagó a los más lejanos confines y perduró —a través del llamado «Siglo de la ilustración»— hasta finales del XVIII, en que nuevas e impetuosas corrientes, hasta entonces en período de viva latencia, transformaron por completo el panorama de la historia humana.