Barroco. Tomos I y II. Volúmenes 19 y 20. El Gran Arte en la Arquitectura. Coordinación de la obra Julia Millán. Tapa dura. Salvat Editores. 1ª Ed. 1987.La división de la historia es una pura convención y, aunque útil a veces a menudo es engañosa, y raya en lo perverso cuando se pretende reducir todo un siglo a los estrechos limites de una simple nocióndefinitoria. Ni siquiera en una visión en perspectiva caballera deja de ser una gravedistorsión de las realidades arquitectónicasconsiderar en su totalidad el siglo XVII -segunsuele hacerse como "edad del Barrococontinuación del Renacimiento y el manierismo, e incluso oponer clasicismo a Barroco Conviene recordar la historia de la palabra "barroco". Al parecer era en un principio una palabra portuguesa utilizada en joyería para designar las perlas que no son perfectamente redondas. De esta acepción propiamente técnica, la única que recogía en Ì690 el diccionario de Antoine Furetière, derivó el significado figurado de irregular o extravagante, registrado en el diccionario de la Academia Francesa de 1718. En este sentido la palabra se empleó en la segundamitad del siglo XVIII para calificar las formasarquitectónicas condenadas por el gustoacadémico imperante y el racionalismoneoclásico: almocárabes góticos, frontonesimbricados y quebrados de Pietro da Cortonay Carlo Reinaldi, molduras de Borromini.bóvedas de Guarini y ornamentos de rocalla.El término no se reteria, pues, ni a una épocani a un estilo, sino a toda forma irregular "que no sigue las normas de las proporciones, sino el capricho del artista , según la definición delDictionnaire des beaux-arts de Antoine JosephPernety, publicado en 1757. El termino lo recogieron durante el siglo XIX los historiadores de arte dandole sentidos diversos, a veces contradictorios e incluso a menudo muy alejados del significado etimológico. En 1888, Heinrich Wölfflin lo utilizo en su ensayo Renacimiente y Barroco para designar "el estilo que señala la disolución del Renacimiento" y que se extiende hasta el triunfo del Neoclasicismo. Wölttlin distingue dos fases, la primera comprendida entre 1520 y 1630, a la cual dedica su ensayo tratando de seguir la evolución del estilo desde suformación a partir de 1520 hasta su madurezalrededor de 1580, y la segunda, entre 1630y 1750. En el libro de Emil Kaufmann Laarquitectura de la ilustración (1952), la palabratiene un sentido parecido, todavía amplio,puesto que sirve para calificar el sistemaarquitectónico basado en la gradación y elencadenamiento de los motivos arquitectónicos, sistema que tuvo su inicio en las obras de Filippo Brunelleschi y pervivió hasta el Neoclasicismo.Sin embargo, desde 1910 el término se vieneempleando preferentemente para designar lasegunda de las fases que distingue Wölfflin,pero tan pronto se lo reserva para denominarel deslumbrante estilo de la corte pontificia delsiglo XVII, como se extiende a todo cuanto sevincula al gran estilo romano, ya sea enInglaterra o en Francia, y ya sea el palacio deGreenwich o el de Versalles, Val-de-Grâce,o San Pablo de Londres. En el primer caso seatiende más a los caracteres específicos delarte romano; en el segundo, en cambio, setienen más en cuenta los rasgos comunes dela gran arquitectura internacional. Volviendoal sentido etimológico, otros historiadoresemplean la palabra "barroco" para designaraspectos de la cultura flamenca en los quepredomina el gusto por la decoraciónabundante, o, conjuntamente con el término'"rococo", para referirse a las manifestacionesarquitectónicas de la Europa central en el XVIII, o incluso se aplica a una tendencia estética transhistórica, como en el ensayo deEugenio d'Ors, Lo barroco (1936). El término"clásico", que se suele oponer al de "barrocoes de una ambigüedad casi idéntica. Tantosirve para designar toda arquitectura quemaneje los órdenes antiguos -y en estesentido es sinónimo de "barroco", de acuerdo con Wölfflin y Kaufmann-, como se refiere a toda arquitectura regular, inspirada en "buenosmodelos" "barroco y en cuyo caso es antonimo de barroco, en el sentido etimológico. Los múltiples sentidos de ambos términos remiten a no pocos aspectos fundamentales de la cultura arquitectónica del siglo XVII: fidelidad al sistema formal definido en los años que van de 1520 a 1550 (de ahí los empleos de "barroco" o de "clásico" en sentido amplio), o disputa entre quienes quieren depurar esta tradición y quienes desean explorar nuevos caminos (los "clásicos" y los "barrocos" en sentido etimológico); pero tan copiosa polisemia origina así mismo equívocos (en la oposición entre Barroco romano y clasicismofrancés se mezclan dos problemas distintos,el de la regularidad y el de las formas nacionales) y engendra perversiones (hay quien se pregunta en serio si determinado edificio es barroco, sin darse cuenta de que lo cómicamente barroco, en sentidoetimológico, es su propia pregunta). Por eso sería, sin duda, más sabio renunciar a la utilización de los términos "barroco y "clásico", demasiado socorridos y embarazosos, y construir la historia de la arquitectura del siglo XVII en torno de lacuestión esencial a la que ambas palabras nosremiten: ¿es o no universal y eterno el lenguajede los órdenes definido por el Renacimientoconforme a modelos antiguos? La unidad delsiglo se debe al hecho de que todos losarquitectos tomaron posición frente a estacuestión; y su diversidad, a la circunstanciade que las respuestas fueron distintas segunlas generaciones, los medios y los países.Entre los siglos XV1 y XVII no hubo ningunaruptura nítida; la arquitectura docta manejabael mismo lenguaje, admiraba los mismosmodelos, y la pretensión de universalidad detal lenguaje chocaba con la diversidad de lascostumbres constructivas. En contra de lo quepudiera creerse, las maneras de edificarvariaron más entre países o entre regionesque entre un siglo y otro. Pese al prestigio delestilo italiano, las "maneras" nacionales ylocales siguieron vivas durante el siglo XVII.De 1500 a 1700, la diversidad era tantosincrónica como diacrónica. Los investigadoresno podían sino tomar nota de tal diversidad.En 1691, en su Cours d'architecture, Charlesd'Aviler decía que "las distintas nacionesedifican conforme a su gusto particular y susnecesidades", y Fischer von Erlach afirmabaen 1721 que "las diferencias en los gustosarquitectónicos de las naciones no soninferiores a las diferencias en la manera devestirse Estas diferencias, por supuesto, son visibles en los diversos usos constructivos -países de la madera, del ladrillo, de la caliza, del granito...cuyo mapa no varía~ y en la arquitecturavernácula casas rústicas y casas urbanas-y deben más a los hábitos de construcciónque a peculiaridades ecológicas: el mapa delos grandes tejados a la francesa, que en elnorte de Francia perviven hasta 1640ó 1650,no coincide con el de la pluviosidad; pero nopor ser hábitos dejan de ser menos obligados.En 1673, François Blondel señaló la costumbreentre los constructores de París de hacercenefas a ras del suelo y del antepecho de lasventanas, mientras que en las casasparticulares de Roma sólo había una moldura.Las casas romanas del siglo XVII, con molduraúnica, muros de ladrillo enlucidos de ocre ypequeñas ventanas bordeadas de travertino,seguían siendo semejantes a las del sigloanterior y diferían de las casas parisinas de sumismo siglo, con sus molduras dobles, susgrandes ventanas rectangulares y su enlucidoblanco sobre mampostería de caliza o yeso…